jueves, 7 de septiembre de 2023


Y VIVIERON FELICES


Que no se me olvide, por favor. Por favor, que no se me olvide. Tengo que darme prisa en transcribir lo que ocurrió antes de que se pierdan los detalles para siempre. Que dure esta sensación de ingravidez en el ánimo.

El pasado 22 de agosto estábamos Guillermo y yo celebrando nuestro aniversario. El vigésimo quinto. Lo que empezó por ser una BBQ en casa... –– ¿Una BBQ? ¿En serio? ¿Una de tantas? (Descarté esta idea de un manotazo según la vi aparecer flotando sobre su cabeza)–– se fue transformando por momentos en mi imaginación hasta adoptar la forma adecuada. Adecuada, claro está, a mi modo de entender el mundo. Quería darle la suficiente importancia para sentir que la tiene. Como si el verdadero valor del acontecimiento dependiera de cómo se llevara a cabo.  

Debía ser un día especial, íntimo y significativo. Se me ocurrió que podría conseguirse recreando el de nuestra boda. Abrir un portal hacia el pasado y atravesarlo con los niños para que, como por arte de magia, formaran parte de él. 

Encargamos hacer nuevas alianzas, éstas de plata.
Busqué mi vestido de novia, mis zapatos, mi velo y el plastrón que llevó Guillermo en su día. Sabía que lo tenía bien guardado;. Seguro que mi subconsciente tramaba darle algún uso. Como en paralelo a mi propia vida, el vestido había sufrido algunos desperfectos. Tenía las mangas cortadas, manchas amarillentas y una tonalidad más oscura, pero si conseguía adecentarlo cumpliría su cometido con suficiente dignidad. Guillermo habría de alquilar un nuevo chaqué, quizá de una talla menos.
Era importante que nuestras bodas de plata se celebraran en el mismo sitio, El ramo original conservado durante todo este tiempo con cariño por mi hermana, viajó desde Madrid hasta posarse testimonialmente sobre la mesa del comedor, Las pobres flores secas y polvorientas habrían sido el complemento ideal para un disfraz de novia cadáver, pero yo no me sentía así. Decidí hacerme un bouquet nuevo con flores frescas. Frescas como mis intenciones, mis ganas de perfeccionar el día a día de nuestra nueva etapa juntos. 

Llegamos tarde para las invitaciones. Con dos meses de antelación muchos miembros de nuestras familias ya habían hecho otros planes. A mis suegros les suponía un verdadero trastorno, dada la fragilidad de ella, atravesar España, de sur a norte, para llegar hasta allí. Nuestro segundo hijo, además, también estaría fuera. Tengo ganas de acabar de escribir todo esto para enviárselo junto a las fotos y así se pueda hacer una idea de lo que se perdió. De lo mucho que le echamos de menos.

De entre los que confirmaron me hice con varios cómplices. Iba a necesitar a José, mi ahijado, como maestro de ceremonias. A mi hermano Josechu, mi padrino de bautismo y mi padrino de boda para ejercer de padrino una tercera vez. Vicente me recogería de nuevo en su coche para llevarme hasta la iglesia donde me estaría esperando con puntualidad... mi ya consolidado marido.

Para todo lo demás, Leticia.

Llegué a sentir los nervios de una novia. La prueba del vestido, la incertidumbre de si todo saldría como lo planeado. 

No podía ser sólo una fiesta. Había que dedicarle un tiempo a mirar muy hacia adentro. Así hicimos los días previos. Guillermo en los ratos libres tecleaba en su ordenador y yo hacía lo propio en el mío. Un tiempo de introspección necesario para tomar conciencia en medio de este atolondramiento en que nos sumen los días. Para mí supuso una reconexión con nuestra verdadera esencia.

Los momentos en que nos quedamos solos aprovechamos para ensayar una canción a dos voces que cantaríamos como sorpresa junto a nuestros invitados.

Cayó en martes. Mi hermano mayor, el padrino, nos "casó" frente al altar con seis testigos en la iglesia. Vicente, José y Leticia. Mis padres y mi hermano Ángel se unieron también, de algún modo, como testigos al mencionarlos, Camino de nuestra cita con el resto de invitados paramos en el cementerio para llevarles flores.

Es inevitable contener la emoción mientras, del brazo de Josechu por el pasillo de helechos que conducía hasta Guillermo, suena una canción melancólica y mis hijos nos contemplan desde la primera fila.
Tampoco pude retener las lágrimas al leer en voz alta mis votos para Guillermo. ¡Qué tontería! ¿O no? Quizá estaba superando la prueba de que mi sentimiento es auténtico.

Alianzas, arras, lluvia de pétalos, abrazos. Vino blanco, brindis encadenados. Flores blancas sobre el mantel. Almejas, como el primer día. Conversaciones cruzadas. Helado. "Noches de boda" a dos voces perfectamente descoordinadas y un estribillo de lujo entregado a celebrar este mensaje con nosotros.
Besos, abrazos... ¡Hasta la próxima!

Subimos la empinada cuesta que conduce al "Torreón". Extraña pareja. Él de chaqué cargado con algunos regalos y el osito de Tris en la cesta ahora vacía de pétalos. Yo, vestida de novia con la guitarra en una funda de charol rojo al hombro, empuñando mi bouquet de rosas blancas en una mano y las llaves de casa en la otra. Me bastó solo un segundo tras escuchar su invitación para agolpar todo junto a la puerta y cruzar el umbral en sus brazos. 
Fin de la primera parte.

Estaba impaciente por leer lo que Guillermo había estado escribiendo solo para mis ojos pero viajábamos al día siguiente y había mucho por recoger. Para paladear el momento debía sentirme cómoda, sin ningún asunto pendiente irrumpiendo en mi cabeza. 

"Por fin solos". Yo expectante, El tiempo que habíamos compartido rodeados por tanta gente había quedado de pronto atrás. Ahora pertenecía a dos amantes en pijama sentados en el sofá del salón acristalado con los pies en alto bajo una luz deliberadamente tenue dentro de la oscuridad de la noche. Where have all the flowers gone? sonando bajito en el Marshall, Mi cabeza ladeada sobre el respaldo del sofá. Mis ojos pendientes de él.
–Léemelo, por favor. Prefiero escucharlo de ti.

El segundo párrafo me hizo caer en un universo juntos. Le sentí increíblemente cerca, fue una sensación casi irreconocible. Raramente me relajo hasta abandonarme así.
Lo que me estaba narrando me transportó a una nueva realidad. Esa que nunca transitamos. La del mundo emocional, la verdadera. Sus palabras iban proyectando la película de nuestra vida en la pantalla de mi interior. Treinta y cinco años cargados de toda clase de emociones, de experiencias, de proyectos... muchos llevados a cabo. 
Todo este tiempo Guillermo había estado observando. Él, que siempre aparenta una obstinada distracción. Atento a cada momento significativo, consciente de nuestra complicidad, de nuestro sentido del humor característico, de tantos puntos de vista en común, de tantísimas diferencias. De cómo nos complementamos y acabamos sacando todo adelante juntos. Él es el único en este mundo capaz de traducir cada una de mis expresiones, de mis gestos, de mi entusiasmo, de mis pulsiones, de mis silencios. 
Esta película solo la podría entender por completo quien conociera nuestro código.
Quiero volverla a ver. Ponerla de vez en cuando y emocionarme de nuevo. Uno no es consciente de lo que posee si no se detiene a mirar. Y es tan valioso lo que he visto que no quiero que se me olvide. Que no se me olvide, por favor. Por favor, que no se me olvide.

Lo que me escribió Guillermo lo conservo ahora dentro de una carpeta digital en "Documentos" y bien grabado en el alma.
Lo que yo leí momentos antes de ponerle el segundo anillo delante de nuestros invitados lo comparto con vosotros.

                                                                   "Estábamos juntos. El resto se
                                                                    me olvidó"

                                                                                      Walt Whitman

Un aniversario es una buena ocasión para hacer balance de resultados, de vez en cuando conviene evaluar el estado de las cosas, qué hemos estado haciendo estos veinticinco años y qué es lo que hemos obtenido.

Miro a mi alrededor y compruebo que todo está en orden. Guillermo sigue a mi lado.

Tenemos tres hijos guapos, inteligentes, sensatos, con un corazón enorme y, sobre todo, bien dispuestos. Y no les quiero quitar mérito pero también deduzco que algo hemos hecho bien.

Son niños que valoran la familia y disfrutan pasando tiempo en ella.

Han tenido un buen ejemplo. Su padre tiene el don de hacerlo todo apetecible, es un buen conciliador y sabe cómo intervenir para relajar cualquier tensión con unas risas. 

No puedo competir con él, pero tengo la enorme suerte de estar en su mismo equipo.

 

Soy perfectamente consciente de que ha sido gracias a él que seguimos como al principio. Yo me empeño en distinguir los momentos “saber que le quiero” de “sentir que le quiero”. Que le quiero ya lo sé, ¿cómo no le voy a querer? Pero me gusta hacer demostraciones de amor sólo en medio de un arrebato, que sea un impulso genuino lo que me arroje hasta él, pero esa sacudida de pasión es cada vez menos frecuente. Al llegar a casa uno tiene ganas de ponerse cómodo y urgencia por ir al baño. Así que yo me quito el abrigo, suelto las llaves y el bolso y me traga el pasillo hasta el fondo. Es tras seguir este orden que me acerco a saludar.

 

Sin embargo no ha habido un solo día en estos veinticinco años que Guillermo no haya venido hacia mí nada más cruzar la puerta. Yo a ese beso no le daba importancia, lo interpretaba como un saludo protocolario que restaba espontaneidad. Y ahora creo que es precisamente esa constancia la que me hace sentir segura. Pequeños gestos como este sirven como recordatorio de que todo marcha bien. Una continuidad en la intención corrige el efecto del tiempo. He aprendido de él que no nos podemos dar por hecho. Que estos votos simbólicos que estamos renovando hoy deben mantenerse al día. 

 

El beso al llegar a casa es uno de mil ejemplos. Guillermo jamás me falla, es mi incondicional.

 

Debo reconocer que hemos tenido suerte. Nunca ha faltado trabajo y hemos contado con mucha ayuda. Compartimos un montón de aficiones que nos permiten disfrutar de muchos momentos juntos pero, como cualquier pareja con hijos compartimos también preocupaciones y una gran responsabilidad. Tener a Guillermo cerca hace que todo resulte más sencillo, es reconfortante saber que los dos remamos hacia el mismo lado y las discusiones que inevitablemente van surgiendo se desvanecen en un mismo punto de encuentro: Nuestro sentido de pertenencia al otro y nuestra buena voluntad. 

La historia de un matrimonio pasa por muchas etapas y no todas han ido bien. De vez en cuando surgen discusiones y hemos pasado pruebas que nos han hecho llorar pero, como se suele decir, de todas estas experiencias salimos fortalecidos.

 

Hoy me vuelvo a casar, como entonces, convencida de estar de nuevo acertando. Y supongo que todo seguirá igual. No siempre le miro cuando él me mira ni él siempre mira cuando le estoy mirando, pero esos valiosos espacio-tiempo en que se cruzan nuestras miradas, acabamos sonriendo. Tenemos mucho en común, una conexión extraña, no existe nadie en el mundo que me conozca como él, y el hecho de que me quiera sabiendo bien cómo soy me hace sentir valorada.

 

Nos apañamos perfectamente. Yo le pongo la vida difícil y él me la pone fácil. Le pido que para las bodas de plata nos vistamos con nuestros trajes de novios porque en mi cabeza he imaginado a nuestros hijos, especialmente a María sin poder contener la sonrisa por ver casarse a sus padres y él consiente resignado. ¡Vaya chollo! ¡Así cualquiera! Pues la verdad es que sí. Aunque prefiero pensar que algo le aportaré para que me siga haciendo caso pero sospecho que el secreto de nuestro éxito en realidad está en él. 

A su lado tengo la seguridad de que somos indestructibles.

 

Por toda la vida juntos, Guillermo. Siempre contigo. Como he hecho grabar en tu anillo, rotundamente: “Sí, quiero”.








Peggy Sue's Homecoming







 

4 comentarios:

  1. Precioso, como siempre.

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  2. Un relato muy bonito, elaborado con un un material verdadero y precioso. Muchísimas felicidades por vuestro reenlace.

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  3. Muchísimas gracias x tu generosidad compartiendo algo tan importante de tu vida, tu familia, tu amor. Q suerte tengo de haberte podido leer y Q vivan los novios!

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