martes, 15 de enero de 2013

LA ELOCUENCIA DEL SILENCIO


Ayer me quedé afónica. Muy afónica.

No tuve que ir a trabajar,  así que decidí pasar el día en casa y remolonear. Aproveché para arreglarme las uñas, perderme por la red, ordenar papeles, leer artículos de prensa, contestar correos y… ¡solucionar un asunto por teléfono!
¿cómo se me ocurre?



La mujer al otro lado de la línea me decía una y otra vez que no se me oía. Hacía apenas una hora había podido mantener una conversación con un amigo. Yo me desgañitaba para hacerme entender pero ella, en cuanto escuchaba mi hilo de voz, me interrumpía repitiendo la misma frase sin darme una oportunidad. Desesperante, casi angustioso. Supongo que le irritaría esta incómoda llamada, pero… ¿por qué no me dejó intentarlo por compasión? Tuve que colgar, impotente, y me juré tener paciencia con los más lentos o torpes. Muy bien podría haber sido esa telefonista. Reconocí ese tono de suficiencia que ahora compruebo que escuece. 

Cuando llegaron los niños y nos sentamos a merendar se pusieron a hablarme en voz baja, curioso mimetismo. A Tristán (genio y figura) se le cayó una uva al suelo y se le ocurrió: “menos mal que no puedes gritar”. Me hizo reír pero me dejó pensando... ¿Qué opinión tendrán sobre su madre?

Me gustan las tardes de los lunes porque me llevo a Guille en coche a nuestras clases de pádel y en el trayecto disparo mi batería de preguntas para ponerme al día sobre su trepidante vida. Ya de paso, le suelto unos cuantos consejos maternales. Hace unos meses, acordándome de aquellos test del colegio que calculaban la calidad de la relación con tus padres y familia en general en los que yo sacaba un porcentaje llamativamente bajo, le pregunté si pensaba que soy muy mandona y si creía que yo le comprendía. “Sí”,“no”. 

Como me imaginaba.


Los dos conocen mi hipogrito huracanado. 
Sólo tiro de él cuando se me agotan los recursos, que, por este orden suelen ser: 
pedir que hagan algo, insistir hasta agotarme, 
desplegar todo tipo de argumentos razonables que les pueda hacer ceder, amenazar con quitarles algún 
privilegio y acudir a la máxima autoridad. 

Cuando la máxima autoridad se ausenta, 
el grito está casi garantizado

Sí, me veo muy limitada.

Ayer se me abrió un nuevo mundo de posibilidades. Dar instrucciones entre susurros ha resultado sorprendentemente eficaz, de repente pareces cargarte de razón y te obedecen a la primera. Con efectos en el movimiento tan inmediatos como los que consigue un sargento de sus soldados al grito de "ar". Suena, sin duda, más convincente. A partir de ahora voy a ensayar gestos con las cejas y caídas de ojos conmovedores y persuasivos. 

Experimentar la elocuencia del silencio.


YouTube "The Sound of Silence" Simon & Garfunkel

3 comentarios:

  1. Me gusta mucho como escribes, María. Ánimo con esta nueva aventura. 
    Y ya me contarás cómo haces para llegar a todo: niños, pádel, blog... ¿y hasta arreglarte las uñas? Amazing!

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  2. María, te siento mucho más cercana, más entrañable, diría que me identifico contigo... me gusta como expresas... Qué importante es el silencio !!!!... el otro día , casualmente probé un vino tinto , buenísimo por cierto, que me atrapó el nombre de la botella.. Habla el silencio, tienes que probarlo !!!!... o ya lo probaremos juntas... con mucho cariño, Marina

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