sábado, 21 de junio de 2014

MALÉFICA

"Había una vez un lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos.
había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado..." 


Recuerdo que me gustaba esta canción.


El fin de los estereotipos es el éxito de "Maléfica" y ya he dicho demasiado. Esta película es imprescindible, de esas que ocuparán un lugar de honor entre los cuentos clásicos cinematográficos. Recomiendo ir a verla antes de leer un párrafo más.




Maléfica es una criatura noble que vive en un territorio mágico vecino del reino real. Un hada que disfruta su libertad y preserva a los suyos de los brutales ataques humanos hasta que la mutila el hombre que decía amarla y yo, clavada en la butaca, olvido masticar mis palomitas para empatizar con la transformación que experimenta la confianza traicionada.

Todos somos, o podríamos ser, Maléfica.

Un corazón resquebrajado suele tomar decisiones de las que luego se arrepiente.
Cuando en un acceso de venganza grita al cielo su maldición, entiendes que no es maldad –al mal se le reconoce por su voz lenta y desapasionada–, ella rectifica cuando el rey apela a su compasión, pero investida por el poder que le confiere el cuero, se da antes la satisfacción de subyugarlo con una mirada exigente que le hace hincarse de rodillas obedientemente ante ella. Este gesto de sumisión –ambos lo saben–, le reconoce a Maléfica una superioridad moral.

Lealtad, gratitud, respeto, ternura, amor verdadero, ambición, codicia y decepción están repartidos entre personajes a los que en el cuento tradicional se les supone otros roles, y sin embargo ahora encaja.

Por una vez se cuestiona lo que siempre se ha dado por hecho. Se inculpa al intocable y se absuelve al proscrito. Presenciar un acto de justicia emociona. Una cadena de pensamientos me lleva a reflexionar sobre la inviolabilidad del rey, la inmunidad diplomática y la demonización de algunas profesiones y deseo, como si fuese factible, que se produzca el intercambio de reputaciones entre ciertas instituciones cuando la gran ordalía venga a restablecer el orden.

Me voy con el perfil de la silueta alada de Angelina recortado contra el cielo redentor que deja esa sensación de "todo es posible". 

Sé que mi hijo de seis años siente algo parecido cuando, al salir de la sala, intenta zafarse de mi mano para blandir su pompero gigante contra el enemigo imaginario.
Por la noche hay tormenta, los truenos hacen retumbar los cristales de las ventanas y los relámpagos iluminan la habitación. Viene a mi dormitorio y leemos juntos en la cama. Me pide dormir conmigo. 

Hasta los más valientes tienen miedo alguna vez.




YouTube Once upon a dream "Sleeping Beauty"

3 comentarios:

  1. Me reconforta leer que olvidas masticar tus palomitas para empatizar con esa transformación que experimenta la confianza traicionada...¡Tan ricas que son las palomitas! Pero más delicioso es el sabor de compartir ese sentimiento.

    ResponderEliminar
  2. ¡Precioso, María! Intensa como siempre.
    ¡Ay, si nos cuestionásemos más lo que se da por hecho! Enjuiciaríamos mucho menos, seguro. No está bonito que nadie tenga que llegar a esa necesidad de verse erguido frente a quien le afrenta. Sería estupendo ser como juncos flexibles, y que las afrentas no nos quebrases, que pudiésemos recuperarnos, pero..., pasa. Y sí, ni es bonito, ni sano, pero es humano.
    Tienes mucha razón, diferenciemos entre el dolor de un corazón blandito, que bajo siete llaves piensa o chilla a veces un solo segundo ese "de rodillas", del disfrute humillante cuando ese "de rodillas" llega desde una mirada narcisa de timbre desapasionado, que no reivindica nada, que solo se ve y se escucha a sí misma.

    ResponderEliminar