Supongo que estaríamos hablando cuando, de pronto, me veo sola. Doy la vuelta y la encuentro parada en el pequeño rincón exterior de una casa, debajo de un canalón.
El canalón vierte un continuo hilo de agua. El agua cae sobre su cabeza, le moja el pelo y se desliza por su cara. Ella se lleva la mano a la nariz y aprieta los dedos como para detener una hemorragia. Los mira a continuación y, al comprobar que están mojados, vuelve a presionar la nariz.
Por Dios, Raquel, –le digo– salte del canalón.
Yo contemplo la escena paralizada por el asombro y murmuro para mí misma: "No me puedo creer que no se esté dando cuenta".
–Estás como una puta cabra.
En ese momento sonó la alarma y ya no podré volver a este sueño para pedirle una disculpa por haberme burlado de ella. Hubiera querido gritarle la simplicidad del problema: ¡El agua viene de afuera! Tan absurdo desde mi ángulo, tan obvio. Ahora la imagino llorando bajo el canalón... "muy quieta, con la mirada perdida en algún punto en el suelo y conteniendo la respiración, como suele hacer cuando se concentra en algo"... Las lágrimas se confundirán con el agua que resbala por su cara y ella, obstinada en su rinitis, ni siquiera sabrá que llora. Seguro que tiene la ropa ya empapada.
Llegará un momento en que ese canalón deje de gotear. ¿Seguirá allí para entonces? ¿Podrá recuperar de nuevo el interés por otras cosas?
Yo creo que habrá antes transcurrido ese tiempo necesario al cabo del cual la última preocupación te deja ya de importar o simplemente se te olvida. Y distraída, al fin, dará los pasos que la coloquen fuera de la vertical del inoportuno canalón para que una voluntad inconsciente –habrá quien lo llame azar– decida una vez más por ella.
Y se irá secando sola. Ajena, eternamente, a la verdadera explicación de todo cuanto le ocurre.
Long Lost Twin Clem Snide
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