miércoles, 13 de marzo de 2013

MALDITAS TRADICIONES

Un trabajo a turnos tiene enormes ventajas y un muy grave inconveniente: no hay manera de sincronizarlo con los horarios de los demás. Así que cuando me encuentro con todo un fin de semana libre por delante, me entran hasta nervios al ponerme a decidir qué se puede hacer con él.

La antigua deuda de una visita al "tío Vicente", un buen pronóstico meteorológico y la oportunidad de enseñarles una curiosa tradición española a los niños, nos condujo hasta Valencia.






Nos acabábamos de instalar cuando llegó mi hermano a saludarnos y a dejar la programación para el día siguiente. Le habíamos pedido que nos planificara el sábado. Las instrucciones eran tajantes, igual que su forma de hablar:

      - Si no vais a estar a esa hora, ni os molestéis en aparecer.

Nos presentamos, obedientes, con un cuarto de hora de antelación. Yo había dejado atrás libro, ordenador y biquini. No conseguí encontrar la excusa que me dispensara de asistir a la actividad prevista para las 14:00 y tuve que acompañarles a la mascletà.
Avanzamos entre la multitud con Tristán a hombros y Guille de la mano, a veintitrés grados centígrados bajo el sol pero sensación térmica de seiscientos sesenta y seis. Si digo, arriesgando la vida no creo estar exagerando, hubiera bastado una estampida. Para cuando mi instinto de supervivencia me hizo querer retroceder, ya era demasiado tarde. Tuvimos que establecer el asentamiento entre macarras que no pronunciaban bien y gallináceas con complejo de apisonadoras. 
En estas circunstancias me veía yo, de pie, esperando, -mientras escuchaba las quejas de mis hijos, tan comprensiblemente incómodos, cansados, aburridos, hambrientos y desesperados, que ni les hizo efecto el colocón que debían de llevar con los porros del grupo que estaba justo delante- a que un gran estruendo pudiera justificar esta absurda situación.
Fueron diez largos minutos los que dediqué a intentar comprender el sentido de todo aquello. Me preguntaba si la mayoría, como yo, desearía estar en algún otro lugar. Guille había dicho malhumorado:

      - Preferiría hacer 
un examen de matemáticas.

¿Por qué di por hecho que mis hijos disfrutarían con estas explosiones pirotécnicas? Prometo que fingí entusiasmo, pero no conseguí convencerlos.
Yo, por mi parte deliraba con estar en una de aquellas tumbonas de mimbre, leyendo y dormitando a voluntad.

Intenté razonar sin éxito, 



Que no se me olvide esto:
NUNCA MÁS. Donde vea una masa humana, correr en sentido contrario.

La próxima vez, de fallera y en el balcón del Ayuntamiento.


soy una romántica.

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