sábado, 27 de abril de 2013

VIAJE EN EL TIEMPO III

Era un lunes complicado, pero conseguí reunir dos horas para acercarme a verla. Había salido de Santander y me llamó por el camino, iba a hacer un alto en Madrid hasta coger el primer avión a Jakarta. 

Venía yo recordando en el coche capítulos de mi infancia. Los mejores, sin duda, los pasé con mis dos primas. Bea y yo hemos seguido en contacto (hoy iremos a una fiesta de cumpleaños juntas), pero a Cecilia le había perdido la pista.
Se fue a las Islas Canarias porque aquel vestido de novia no le quedaba del todo bien. Allí se dejó llevar por un mal consuelo inmediato y esperó hasta tocar fondo para coger de nuevo impulso. Con una discontinua enorme fuerza de voluntad ha conseguido volver a ser ella misma.

A mi madre no le gustaba vernos juntas, el vendaval que ella originaba me hacía girar varios meses.   


Santoña 1977, 1978, 1979, 1980... 

Escalábamos el muro de la plaza de toros y saltábamos al interior (hoy en día lo rodeo y aún no me explico por dónde lo hacíamos). 


Íbamos pidiendo dinero a la gente que paseaba por el pasaje...


 - Señor por favor, ¿nos da algo para los pobres?   

 - ¡Tú eres la hija de Lines!

... y reuníamos lo suficiente para sacar cuatro billetes de ida en el barco de Maurilio (para mí y para sus hermanos) que cruzaba la bahía hasta Laredo. Luego allí a volvérselas a ingeniar para poder volver. 


Una tarde de aburrimiento alguna debió de proponer: ¡a la casa de la loca! Le pusimos ese nombre convencidas de que estaba habitada por una mujer peligrosa. Después de asegurarnos de que allí no había nadie, irrumpimos en el salón y nos sentamos en un sofá a comer nuestros regalices.  Menores (de ocho y diez años) sobrinas de la señorita Ceci –vecina del portal de al lado y santa–). Allanamiento de morada con inmunidad diplomática. Se archivó el caso como travesura.

Con Bea yo hurtaba fruta y verdura de la huerta de Terenciano. Manzanas, pepinos, tomates... En casa nunca preguntaban de dónde salía todo aquello hasta que un día nos llevamos una enorme calabaza. Tuvimos que levantarla entre las dos, nos costó trepar el muro, pero escapamos a tiempo.

A los pocos días el hortelano reclamaba su trofeo. Por lo visto la quería presentar a un concurso. Para entonces Bea y yo ya la habíamos troceado y Adita (una amiga de mi hermana) tuvo que disculparse hasta mil veces en nuestro nombre. 

Nunca fuimos muy conscientes de los riesgos que corríamos. Un día casi me caigo al profundísimo pozo que había en el patio de mi casa y en otra ocasión ella se fue hundiendo hasta los muslos sin saber cómo salir del lodo de la marisma mientras yo me moría de risa.
Mi memoria selectiva había borrado ciertos episodios que mis primas se encargan hoy de recuperar; como aquél en que un hombre nos amenazó desde su ventana con una escopeta para que bajáramos inmediatamente del tejado. Éste, imagino, es el único recurso disuasivo del que puede tirar un pobre aldeano de aquella época después de haberse desgañitado hasta perder la voz sin éxito. Ahora quiero pensar que el arma no estaba cargada.

Si a mis hijos les sorprendo haciendo algo de todo esto, les interno en un reformatorio.


Aparqué en la plaza de Colón y me dirigí a VIPS, que es donde me estaba esperando. Se le iluminó la cara en cuanto me vio aparecer (yo debí de reaccionar igual). Nos saludamos con un fuerte abrazo; me soltaba y me volvía a apretar contra su cuerpo. Se la veía emocionada. Ella misma se reía al verse tan sentimental. No es para menos. Dos almas gemelas separadas por el destino durante casi veinte años, se volvían a encontrar. 

Retomamos la amistad por donde la habíamos dejado y nos reímos a carcajadas tal y como hacíamos antes. Hablamos de todo un poco.


 - Mi madre está perdiendo la memoria y anda desorientada. Eso sí, tiene la misma mala hostia pero multiplicada por mil -dijo con su acento santanderino-.

Ésta es mi Cecilia de siempre -comprobé con satisfacción-, la reconocí en cada palabra.

Mi tía Teti es un personaje de cuento, la mala malísima de la película. Cruella de Vill, Maléfica y la madrastra de Cenicienta. 

De inconfundible silueta: pelo corto algo de punta, nariz aguileña, extremada delgadez y cigarro con boquilla. 
Adicta al sol, a las joyas de gran tamaño y al bridge. Víctima de su propia moda. Tiene un indudable talento para innovar con estilo y ha ido marcando tendencia. 
Con un vocabulario fascinantemente hipnótico y tortuosas intenciones, siempre consigue lo que se propone. 
Así de despiadada y frívola la congelé en mi entendimiento. 

Hoy debe de representar el recuerdo de un recuerdo y me entristece darme cuenta de que este es nuestro destino.

Me comentaba hace poco un buen amigo después de leer mi anterior entrada en el blog, que no puede con el paso del tiempo. Bien, admito. Yo tampoco. 

Comparto la opinión de Pablo y de Jorge Manrique, porque a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado... 

fue mejor.

12 comentarios:

  1. esas niñas quienes son?

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  2. Qué fantásticas travesuras cometíamos...tomar riesgos, sobrevivir a ellos, guardar el secreto en complicidad con los hermanos, primos, amigos... ser descubierto y castigado, asumir la culpa con tanta resignación como propósito de volverlo a hacer...jajaja qué buena infancia tuvimos en un mundo tan superpoblado de niños que resultaba imposible no perdernos de vista.
    Pobres hijos nuestros.

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  3. María, no dejes de escribir. Nos encanta¡¡¡ un beso

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    1. Me encanta que os encante. Un besazo a tí, a tu madre y a tu abuela.

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  4. Estupendo retrato del pasado, María. Besos

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  5. Buena sinergía la de tu prima y tú:creatividad, ingenuidad y un poquito de gamberrismo, que le pregunten a Terenciano si está de acuerdo. Por lo demás, de acuerdo contigo, Pablo y Manrique.

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