No llamé para advertir del retraso cuando Álvaro me confirmó que Ana y él llegarían algo más tarde. Acudimos todos a la cita casi una hora después.
La anfitriona, una mujer madura vestida con su sobrio kimono tradicional, nos recibió atentamente y se lamentó de que no la hubiéramos avisado porque habría podido dar de cenar a un matrimonio con un niñito de ocho años de no haber tenido nuestra mesa bloqueada tanto tiempo. Todo esto nos lo dijo sin perder la sonrisa mientras nos repartía las cartulinas del menú.
Sólo pude pedir perdón, varias veces. Ella se alejó para dejarnos decidir y la mesa guardó unos segundos de abochornado silencio.
Francisco no podía estar más de acuerdo.
– Me parece muy bien la protesta. Es nuestro deber educarnos unos a otros.
Cierto.
Pienso que es más fácil –y mucho más eficaz– aceptar una reprimenda amable que un bocinazo a destiempo o una severa indiferencia.
Pero hay delitos y hay faltas.
Sólo Myriel abre su puerta para ofrecerle alimento y refugio. Jean Valjean, aún peleado con el mundo, le roba la plata y huye. Cuando es detenido por la policía y arrastrado ante su víctima, ésta le encubre ofreciéndole además dos magníficos candelabros.
- Se te habían olvidado.
Jean Valjean encuentra en este momento una razón para reconstruirse, para volver a empezar, para hacerse respetar, para enfrentarse al espejo cada mañana.
Tuvo que vender la plata para salir adelante pero conservó los candelabros, símbolo de una nueva vida a la que se aferrará, ya incondicional, con su legendaria fuerza.
Si no tuviéramos tan arraigada la conciencia de la retribución por méritos, de la propiedad privada, de la intimidad, del respeto al espacio vital de cada uno... probablemente no lo intuiríamos como amenaza.
Sí, Ángel es diferente.
Cuando llama por teléfono tengo que estar anímicamente preparada para lo que sea que me espere al otro lado de la línea y cojo reservas de aire antes de contestar.
Para quedar con él me armo de valor y me acorazo, pero al verlo aparecer enarbolando su bandera blanca y tan contento de saludarme, sólo me siento absurda por haber sacado toda la artillería y me alegro de encontrármelo con tan buen aspecto.
–He pedido por internet material de tatuaje que me enviarán desde USA. Incluye pieles de cerdo para poder ir practicando.
(De todas sus excéntricas ideas para ganarse la vida, ésta no me pareció del todo insensata).
Por el amor de Dios, Ángel, no se te ocurra improvisar una de tus inspiraciones artísticas en el hombro de un cliente –es lo primero que pensé–.
En su lugar pronuncié, con sorprendente prudencia, un consejo fraternal:
–Consigue la licencia, aprende bien el oficio y elige un destino razonablemente lógico para encontrar trabajo.
Todo esto ya lo había considerado. Se lo está tomando muy en serio. Me gusta que tenga un proyecto, me gusta verle ilusionado y ojalá esta vez resulte.
No seré yo quien tire la primera piedra. Me pongo a pensar en mí misma, que ni siquiera cuento con el atenuante de sentirme injustamente tratada, y me tengo que entregar.
Se me ocurre que en otra época o geografía yo podría haber perdido la mano, habría sido lapidada e incluso quemada en una hoguera ante la mirada complacida de estrechas mentes ambiguas.
Creo que vez en cuando hay que hacerse esta pregunta:
Who am I? who am I? y contestar con valentía:
– Me parece muy bien la protesta. Es nuestro deber educarnos unos a otros.
Cierto.
Pienso que es más fácil –y mucho más eficaz– aceptar una reprimenda amable que un bocinazo a destiempo o una severa indiferencia.
Pero hay delitos y hay faltas.
Desconfío de quienes permanecen agazapados para saltar sobre el primero que haga un movimiento en falso. Con una disposición permanentemente indignada condenan desde su respetable tribuna a todo aquel que no merezca su saludo. Me pregunto si esta gente rozará la perfección.
Estoy por dudarlo.
Bienvenue Myriel obispo de Digne, vive con lo justo y necesario. Distribuye sus ahorros entre los más pobres y confraterniza con aquellos a quienes la sociedad rechaza.
Jean Valjean, sentenciado a cinco años por robar pan para alimentar a su familia, ve ampliada su condena después de varios intentos de fuga. Él, por su parte, hace responsables a los hombres de su desproporcionado castigo y no dudará quizá en pedirles cuentas algún día. Allá donde va se le excluye por portar el pasaporte amarillo de ex-convicto.
Sólo Myriel abre su puerta para ofrecerle alimento y refugio. Jean Valjean, aún peleado con el mundo, le roba la plata y huye. Cuando es detenido por la policía y arrastrado ante su víctima, ésta le encubre ofreciéndole además dos magníficos candelabros.
- Se te habían olvidado.
Jean Valjean encuentra en este momento una razón para reconstruirse, para volver a empezar, para hacerse respetar, para enfrentarse al espejo cada mañana.
Tuvo que vender la plata para salir adelante pero conservó los candelabros, símbolo de una nueva vida a la que se aferrará, ya incondicional, con su legendaria fuerza.
Así comienza esta novela de Víctor Hugo; una de mis favoritas por evidenciar en sus personajes la esencia de la grandeza y la miseria de la condición humana.
Si la legislación penitenciaria española contempla en su exposición de motivos que el fin de la pena es la reinserción social, habrá que ser consecuentes y no dar trato a los que delinquieron, para siempre, de proscritos.
Sería genial poder despertarse el día de la marmota y contar con infinitas oportunidades de ensayo y error hasta acertar con la perfecta representación. Esa que siempre te has imaginado exhibiendo ante el público más exigente. La que provoca fuertes y entusiasmados aplausos.
Sería genial poder despertarse el día de la marmota y contar con infinitas oportunidades de ensayo y error hasta acertar con la perfecta representación. Esa que siempre te has imaginado exhibiendo ante el público más exigente. La que provoca fuertes y entusiasmados aplausos.
De pequeña me enseñaron la parábola del hijo pródigo. Le conozco personalmente. Es mi hermano Ángel.
Un incauto extraviado en un universo paralelo donde todo pertenece a todos. Si no tuviéramos tan arraigada la conciencia de la retribución por méritos, de la propiedad privada, de la intimidad, del respeto al espacio vital de cada uno... probablemente no lo intuiríamos como amenaza.
Sí, Ángel es diferente.
Cuando llama por teléfono tengo que estar anímicamente preparada para lo que sea que me espere al otro lado de la línea y cojo reservas de aire antes de contestar.
Para quedar con él me armo de valor y me acorazo, pero al verlo aparecer enarbolando su bandera blanca y tan contento de saludarme, sólo me siento absurda por haber sacado toda la artillería y me alegro de encontrármelo con tan buen aspecto.
–He pedido por internet material de tatuaje que me enviarán desde USA. Incluye pieles de cerdo para poder ir practicando.
(De todas sus excéntricas ideas para ganarse la vida, ésta no me pareció del todo insensata).
Por el amor de Dios, Ángel, no se te ocurra improvisar una de tus inspiraciones artísticas en el hombro de un cliente –es lo primero que pensé–.
En su lugar pronuncié, con sorprendente prudencia, un consejo fraternal:
–Consigue la licencia, aprende bien el oficio y elige un destino razonablemente lógico para encontrar trabajo.
Todo esto ya lo había considerado. Se lo está tomando muy en serio. Me gusta que tenga un proyecto, me gusta verle ilusionado y ojalá esta vez resulte.
No seré yo quien tire la primera piedra. Me pongo a pensar en mí misma, que ni siquiera cuento con el atenuante de sentirme injustamente tratada, y me tengo que entregar.
Se me ocurre que en otra época o geografía yo podría haber perdido la mano, habría sido lapidada e incluso quemada en una hoguera ante la mirada complacida de estrechas mentes ambiguas.
Creo que vez en cuando hay que hacerse esta pregunta:
Who am I? who am I? y contestar con valentía:
24601!
YouTube "Who am I" Los Miserables
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