Hace apenas siete meses celebré con mi familia (–LOS 33 PRINCIPALES–, porque no faltó ninguno) mi cincuenta cumpleaños. Me dieron tantas sorpresas durante el fin de semana que, aunque sí me esperaba algo, nunca hubiera podido imaginar –ni por fuerte que soñara–, lo que tenían preparado.
Supe primero por mi hija (por entonces de ocho años) que nos íbamos a reunir con mi sobrina Elvira y con su familia. No es que María me desvelara el secreto, fue al ordenar su habitación que revisando cada papel para decidir cuál tirar encontré una pequeña carta que iba dirigida a su prima: “Te echo mucho de menos pero nos vamos a ver muy pronto en el hotel por el cumpleaños de mi madre”. Este torpe autospoiler al menos me arrancó una sonrisa. Mi cumpleaños había sido el día anterior y pude soplar mis velas con parte de la familia, amigos y banda de música con trompeta, clarinete, trombón, tuba y contrabajo, con que ya lo di por celebrado.
Cuando se lo conté a Guillermo su risa sonó más bien nerviosa, pero acabó convenciéndome de que, aunque esa fue la idea original, al final no pudo ser y nos iríamos sólo los cinco. Guillermo y yo partimos hacia rumbo desconocido con tres niños en el asiento de atrás que daban saltos de impaciencia.
Después de cuatro horas de atasco avanzando lentamente empecé a malhumorarme.
–Tenemos sólo un fin de semana ¿y hay que perder tanto tiempo? ¿En serio? ¿No podías haber encontrado algo más cerca?
Cuatro horas no habrían estado mal. Acabaron siendo ocho. Aún quedaba por penetrar un infinito sendero de tierra que se adentraba haciendo eses en lo más profundo de la nada. Cayó la noche y, cuando ya me había aburrido de resoplar en cada nueva curva, atravesamos una entrada que conducía a un camino iluminado por lucecitas amarillas y desembocaba unos metros más abajo en dos enormes casas con tejas en los tejados. Había coches aparcados cerca que no supe reconocer. Los niños saltaron del nuestro y desaparecieron dejando las puertas abiertas. Guillermo y yo empezamos a meter las maletas en la casa. Se oían voces. De repente apareció Josechu. Las facciones de mi cara dibujaron involuntariamente una expresión de asombro. Un primer asombro fugaz que se tornó en amplia sonrisa. Nos dimos un fuerte abrazo. Seguí el rastro de las voces por pasillos y escaleras con paso expectante hasta llegar a la cocina donde la escena que me encontré se parecía más a un espejismo: Aleja, Rocío, Vicen, Leticia, ¡Susi, Erich..! Me tenía que frotar los ojos. A lo largo de la noche y de la mañana siguiente fueron llegando todos.
Si tuviera que enumerar las sorpresas que me llevé y los regalos –regalazos– que recibí aquellos días no sabría por dónde empezar así que aplicaré el orden de mi memoria:
Josechu, Cristina, Vicentuco, Aleja, Rocío, Leticia, Álvaro, Ana, Alicia, Leticia, Elvira, Raquel, Raúl, Erik, Alba, Mía, Óskar, Erich, Susi, Héctor, Claudia, José, Vicente, Rocío, Francisco, Lucija, Chechu, Inma, Elena, María, Tristán, Guille, Guillermo, Guillermo, Guillermo, Guillermo.., la casa rural, la tarta sacher, el árbol genealógico, los giróscopos para los niños, la adaptación por Leticia de la letra “Paloma Blanca” que me cantaron todos en el patio, la comida que cada uno se encargó de llevar, el vino, el camión de catering que juró no aceptar en adelante otro pedido para aquella dirección, la canción que me compuso Cristina y envió por nota de voz el día de mi cumpleaños, el WhatsApp de Vicente que he puesto a salvo en mi nube… Pero de todos ellos el que me acertó al corazón fue “La Primera Ciborg”, el libro que me escribieron entre casi todos y parte de los que faltaron. Recuerdo la sensación de ir arrancando el papel que lo envolvía hasta descubrir este título y mi rostro grabados en negro sobre tapa dura color plata. Me puse a ojearlo de inmediato y por cada nueva página se me iban cayendo las lágrimas. Aquí lo tengo, sobre la mesa del salón. Al alcance de mi mano. A buen recaudo.
Josechu, Cristina, Vicentuco, Aleja, Rocío, Leticia, Álvaro, Ana, Alicia, Leticia, Elvira, Raquel, Raúl, Erik, Alba, Mía, Óskar, Erich, Susi, Héctor, Claudia, José, Vicente, Rocío, Francisco, Lucija, Chechu, Inma, Elena, María, Tristán, Guille, Guillermo, Guillermo, Guillermo, Guillermo.., la casa rural, la tarta sacher, el árbol genealógico, los giróscopos para los niños, la adaptación por Leticia de la letra “Paloma Blanca” que me cantaron todos en el patio, la comida que cada uno se encargó de llevar, el vino, el camión de catering que juró no aceptar en adelante otro pedido para aquella dirección, la canción que me compuso Cristina y envió por nota de voz el día de mi cumpleaños, el WhatsApp de Vicente que he puesto a salvo en mi nube… Pero de todos ellos el que me acertó al corazón fue “La Primera Ciborg”, el libro que me escribieron entre casi todos y parte de los que faltaron. Recuerdo la sensación de ir arrancando el papel que lo envolvía hasta descubrir este título y mi rostro grabados en negro sobre tapa dura color plata. Me puse a ojearlo de inmediato y por cada nueva página se me iban cayendo las lágrimas. Aquí lo tengo, sobre la mesa del salón. Al alcance de mi mano. A buen recaudo.
Es curioso, Vicentuco supo anticipar con inexplicable exactitud cómo iba yo a reaccionar. Así termina su capítulo.:
«En uno de los regalos que María recibió ese fin de semana había escrita una dedicatoria que la hizo reflexionar. Ésta decía: “Te queremos, María, no cambies nunca”.
Tras un gran fin de semana pasó el viaje de vuelta muy pensativa. Nada más llegar a Madrid llamó a Roberto (eminente científico que se había ofrecido en convertirla en la primera criatura compuesta de elementos orgánicos y dispositivos cibernéticos con la intención de mejorar las capacidades de la parte orgánica mediante el uso de la tecnología), le dijo que lo sentía mucho, pero que había decidido no seguir adelante con el proceso de convertirse en ciborg. Tras debatirlo intensamente consigo misma había decidido que ser humana no estaba tan mal».
Por señalar una diferencia puntualizaré que siempre he anhelado la inmortalidad, pero la idea de volverme ciborg se le ocurrió a mi sobrina Elvira. En lo que se equivocaba Vicen es que no tuve que esperar a “debatirlo intensamente”. Fue allí mismo donde me di cuenta de que mi vida estaba ya justificada. Llevaba tiempo justificada pero no fue hasta que me lo encuadernaron que me di por enterada. Me podía ahora morir. No me importaba ya demasiado.
Desde que volví a Madrid me quedó pendiente esta carta y ahora que dispongo de tiempo quiero sentarme con calma para dedicar a cada uno unas palabras de gratitud.
Tengo dos centímetros de canas y ya le pondré remedio. Hoy lo quiero consagrar a conectar con vosotros:
Tengo dos centímetros de canas y ya le pondré remedio. Hoy lo quiero consagrar a conectar con vosotros:
Queridísima familia,
Si hubiera podido pensar por un momento habría encontrado las palabras para daros las gracias cuando aún estabais conmigo, pero me quedé aturdida y sólo pude balbucear cualquier cosa que aspirara a poder corresponderos. Del mismo modo que no se puede mantener los ojos abiertos y estornudar simultáneamente, tampoco es posible pensar y sentir al mismo tiempo. O se piensa, o se siente. De modo alterno. No a la vez. Mi pasado cumpleaños yo sólo estaba sintiendo. Lo que me hicisteis pasar fue tan nuevo para mí que me dejó bloqueada. Quien me conoce bien sabe que tengo cierta dificultad para entender lo que estoy sintiendo o para sentir cada emoción con la intensidad debida. Con todo esto quiero decir que habéis conseguido empalmar algo dentro de mí que llevaba tiempo desconectado. Supongo que me configuré para que lo que me pudiera hacer daño (perder a mi mejor amiga cuando tenía ocho años, a mi padre poco después, la rudeza de mi madre cuando todavía era pequeña, la crueldad de mis compañeras cada vez que me daban de lado, el respeto de mis hermanos que tanto me costó ganar…) no doliera. El precio que tuve que pagar por este mecanismo de defensa fue perderme algunas sacudidas de tristeza y, quizá, otras tantas de alegría que, a lo largo de los años, pasaron por mi lado sin dejar apenas huella. Yo era (por emplear un vocabulario actual) algo así como “asintomática”. Creo que en aquel momento me sorprendió verme a mí misma perdiendo absolutamente el control de mis propias emociones.
Si hubiera podido pensar por un momento habría encontrado las palabras para daros las gracias cuando aún estabais conmigo, pero me quedé aturdida y sólo pude balbucear cualquier cosa que aspirara a poder corresponderos. Del mismo modo que no se puede mantener los ojos abiertos y estornudar simultáneamente, tampoco es posible pensar y sentir al mismo tiempo. O se piensa, o se siente. De modo alterno. No a la vez. Mi pasado cumpleaños yo sólo estaba sintiendo. Lo que me hicisteis pasar fue tan nuevo para mí que me dejó bloqueada. Quien me conoce bien sabe que tengo cierta dificultad para entender lo que estoy sintiendo o para sentir cada emoción con la intensidad debida. Con todo esto quiero decir que habéis conseguido empalmar algo dentro de mí que llevaba tiempo desconectado. Supongo que me configuré para que lo que me pudiera hacer daño (perder a mi mejor amiga cuando tenía ocho años, a mi padre poco después, la rudeza de mi madre cuando todavía era pequeña, la crueldad de mis compañeras cada vez que me daban de lado, el respeto de mis hermanos que tanto me costó ganar…) no doliera. El precio que tuve que pagar por este mecanismo de defensa fue perderme algunas sacudidas de tristeza y, quizá, otras tantas de alegría que, a lo largo de los años, pasaron por mi lado sin dejar apenas huella. Yo era (por emplear un vocabulario actual) algo así como “asintomática”. Creo que en aquel momento me sorprendió verme a mí misma perdiendo absolutamente el control de mis propias emociones.
Imagino cuánto habrá insistido Guillermo para que no faltara nadie. Imagino también mucha ilusión y muchas ganas de pasar un fin de semana juntos. Desde luego todo lo que se montó tuvo que sonar a planazo. Me encanta lo unidos que estamos en esta enorme familia. Ya la quisiera Corleone.
Hablando de Corleone…
Gracias, Vicente por bajar desde Santoña hasta las entrañas de Málaga en un solo día (tradicional Vicentada) porque sabías la ilusión que me haría verte.
Gracias Álvaro y Ana, que no dudasteis en adentraros por caminos imposibles hasta la casa rural con vuestro bebé recién nacido. Vuestro primer bebé. Ana aún dolorida. La verdad es que lo hicisteis parecer como un gesto sin importancia y se os veía una soltura impropia de primerizos. Me hizo gracia un comentario sobre vuestra chiquitina que incluía el verbo “suele” ¡Pero si tenía sólo dos días!
Muchas gracias, José y Rocío, por retrasar vuestro viaje a Tailandia para no faltar a la cita. Querido ahijado, tú mismo también te aseguras de cumplir con la parte que te corresponde en los momentos cruciales. Me alegro mucho por los dos de vuestra decisión de compartir futuro. ¡Enhorabuena!
Gracias, Leticiuca, (por distinguirte de mi hermana) por darle también importancia. Nos vemos demasiado poco y estas ocasiones hay que aprovecharlas. Ahora ya lo sabemos.
Gracias, Leticia. Por ser mi hermana. Por hacer siempre de hermana.
Gracias, Leticia. Por ser mi hermana. Por hacer siempre de hermana.
Gracias, Josechu y Cristina, que no por imprescindibles y siempre incondicionales os debería dar por hecho.
Gracias Elvira y Erik, Óskar y Mía, que bajasteis desde Barcelona. Todavía me arrepiento, Elvira, de haberme perdido la clase de yoga que improvisaste en la piscina el domingo por la mañana. De todos los pasados que me gustaría reescribir, éste sería uno de ellos.
Gracias, Raquel y Raúl, Alba y Claudia, por encontrar un hueco en vuestro caótico calendario y hacer esa entrada triunfal. Gracias, Héctor, por entretenerme a Tristán y conseguir enternecerle.
Gracias, Francisco y Lucija, por celebrar conmigo por duplicado y quedaros los últimos en las dos fiestas y, aunque a vosotros participar de una juerga nunca os supone un favor, sin duda sí una paliza.
Gracias, Chechu, por entusiasmarte con el plan de Guillermo desde el principio (me he puesto al día con el chat de grupo del que yo estuve excluida y, además de comprobar cómo te implicabas en todo, no me he podido reir más contigo). Gracias, Inma, por animarte a venir a pesar del terror que siempre te han infundido los perros y allí te esperaban cuatro. Lo considero una verdadera prueba de amor. De nuevo, gracias.
Muchísimas gracias, Aleja, Vicentuco y Rocío por venir desde Valencia. Felicidades por vuestro pequeño Andrés que es una verdadera alegría.
Muchas gracias, querida, Elena, mi líder espiritual, mi inspiración, mi amiga, que compartimos cumpleaños y me dejaste ser protagonista… Cascabeleando, como de costumbre, con tu contagiosa sonrisa y tus vestidos multicolor.
Gracias Josele, Lola, Gonzalo, Blanca, Laura por haber participado en todo a pesar de que se os torcieron los planes en el último momento. Lo habríais pasado fenomenal. Se os echó mucho de menos. ¡Cómo lo siento!
Muchas gracias, primo Erich. Muchísimas gracias, Susi, por no dudar en acompañarme aun afrontando el largo viaje. Gracias por los preciosos regalos. Aún me cuesta creer que de verdad estuvisteis allí y tengo esta sensación de no haberos disfrutado todo lo que me habría gustado. Espero que nos podamos reunir pronto de nuevo.
Queridísimo Guillermo, a ti no sé que decirte. Tú sí que me conoces y sabes bien cómo siento pero debo confesarte que tengo esta ambivalencia: A pesar de sentirme infinitamente agradecida y de reconocerte que nunca en mi vida me había llevado una sorpresa igual me dan ganas de reprochártelo. Me has puesto el listón tan alto que ahora que se acercan tus cincuenta, sé que no voy a estar a la altura.
Querido Guillermo, querida familia… Esto a mí no se me olvida.
Os quiero mucho y, por fin, duele.
Fue un entrañable fieston!. Y un placer haberlo podido vivir todos juntos. Te queremos!.
ResponderEliminarSiempre lo he sabido, Josechu. Pero lo que me esperaba allí fue para mí un certificado.
EliminarYo también te quiero.
EliminarFue un entrañable fieston!. Y un placer haberlo podido vivir todos juntos. Te queremos!.
ResponderEliminarY yo no sé qué decir,que lo daría todo por haber podido estar y ser uno más de los que tanto te amamos.lastima haberla cagado tantas veces.y excluirme .
ResponderEliminarGenial.
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