Comprendí que se había enganchado ya para siempre. Únicamente así soy capaz yo de sentir el delicioso combinado de placidez y excitación. Sólo produce en mí ese efecto quien se rinde, quien me conoce bien, quien confía. La percepción es subjetiva, no cabe duda, pero los efectos no. Lo que siento es tan real…
Incluso en sueños.
–No lo sé. Yo tampoco lo esperaba.
Me estaban administrando una dosis imprevista de algo que llevaba echando de menos quizá demasiado tiempo.
“No se puede permanecer instalado en lo sublime". Ya me advertía un buen amigo.
Se estaba tan a gusto ahí... su mejilla contra mi pelo, dentro por completo de sus brazos. Unos brazos que imprimían la firmeza necesaria para afianzar lo único que precisaban poseer. Desde el primer minuto ya lo sabes. Lo sabes con nitidez, es el instinto quien te lo dice. Y sin embargo, estás tan acostumbrada a dudar de tus emociones que necesitas elaborar un razonamiento impecable para poder demostrárselo a tu yo más suspicaz:
Has sentido placidez y excitación. Al mismo tiempo. De eso puedes estar segura. Este efecto lo produce en ti sólo una causa: Hay fascinación en su mirada, te deja ver sus cicatrices y es capaz de explicarte cada una casi sin tragar saliva, te envuelve con cuidado y con determinación. Eres literalmente un interruptor que acciona con inmediatez sus terminaciones nerviosas.
Lo que hay detrás de esta causa, la verdadera intención podría ser genuina o no pero, con solo creer que lo es, surte efecto como tal. Placebo condescendiente.
“Verdad es lo que funciona“
William James (Padre de la psicología pragmática)
Esta causa parece ser el efecto de otra primera: ¿Yo? ¿Seré causa necesaria, suficiente? ¿Seremos causas simultáneas independientes?… ¿Interdependientes?
Para provocar ese primer efecto (quedar enganchado) te tienes que convertir en necesidad básica y proporcionar calor a demanda. A veces depende de uno que la construcción de un silogismo condicional se pruebe válida. Y si la conclusión a la que pretendes llegar implica un “para siempre”, cumplir con la condición se empieza a tornar crucial:
–Me adora porque sólo yo soy capaz de hacerle sentir exactamente lo que necesita. En todo momento.
–Él me causa esta sensación tan placentera porque hay indicios de que me adora. (Quiero inmortalizar esta sensación).
–Que esta relación se perpetúe depende de la duración del sortilegio y de mi disponibilidad.
No te quedas conforme con la expresión del silogismo y necesitas reformularlo. Pero como aún no has identificado lo que no encaja no lo puedes someter a examen bajo la luz blanca de un flexo así que lo haces de manera intuitiva cuando apagas la de tu mesita sin saber muy bien por qué. Te dispones a dormir aunque aún no tienes sueño. Más tarde entenderás que lo que te estorbaba era la cláusula condicional puesto que, para eliminar la condición, interrumpiste el suministro a voluntad. Una voluntad inconsciente. Necesitabas saber que eras suficiente, que sólo el hecho de existir bastaba para provocar el mismo efecto.
Me quedo dormida. Transcurren horas, quizá días. Abro los ojos. Compruebo que sigo aquí. No he desaparecido. Lo acabo de verificar. Soy causa necesaria y suficiente. Y aunque, –reconozco– intermitente, sin duda alguna, era y sigo siendo yo.
Ahora me surge otra duda : ¿Seré la única opción, lo viejo conocido, el mal menor?
Olvidaba las circunstancias que no dependen de mí. Lo que ahora es genuino por la mañana podría amanecer estropeado. La mínima desconfianza reescribe todo lo anterior. Cualquier empeño en reformular el pasado hubiera dado igual. Cualquier empeño en reformular el presente… Atenerse a la verdad desautoriza las ilusiones.
Ya no puedo discurrir más. Tengo que seguir soñando.
“Coyotes” Travis Birds
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