jueves, 6 de junio de 2013

EL HOMBRE QUE LEE A NIETZSCHE

Ya es bastante complicado decidir qué quieres hacer de ti mismo como para acertar con la pareja que te lo va a poner más fácil.

- "Yo me lo tomo como una cadena perpetua", me dice mi amigo liberando una sincera risa de resignación.


Nos tiramos en la hierba y lo que empezó siendo un lacónico lamento, acabó en animada y catártica confidencia.

Las circunstancias cambiaron, y en algún impreciso momento, ella sufrió una involución. Asume el error de haberla permitido instalarse en su inexpugnable fortaleza. Él continúa trágicamente enamorado y ha agotado su talento en intentar recuperarla. 


- "No la reconozco, no la recordaba así".



Admite que se abandonó a su intuición para apostarlo todo a una muy oportuna reina de corazones. 
Sueña con una imaginaria moviola que le transporte en el tiempo más allá del punto de no retorno para cancelar aquella apuesta y huir de la responsabilidad y dependencia que le hacen sentirse tan atrapado.

Hoy sólo puede aspirar a contar en alguna jugada con un discreto dos de tréboles.


Al parecer la primavera acude puntual a su cita para crearnos la ilusión de que el cambio estacional acaba siempre llegando, que una súbita explosión de vida inundará de color nuestra plomiza rutina. 

La otra noche me reuní con mis compañeras del cole. Hace poco que retomamos el contacto y nos estamos poniendo al día.

- "Desde que reapareció hace dos meses, me está -literalmente- alterando las funciones vitales", se atreve a compartir una amiga, que aún le da vueltas a la posibilidad de despejar por fin la "x" en su complicada ecuación.

- "¡Ni se te ocurra, estás casada!" se pisan la palabra dos instintos protectores. "Todos los hombres buscan lo mismo".
- "Es normal que ya no sientas con tu marido mariposas en el estómago, esta sensación viene a durar como mucho cinco años. ¡Lo dice un estudio de Harvard!"

Por solidarizarnos con su franqueza, hicimos turnos para confiarnos debilidades y pasiones.


- "Me estoy queriendo divorciar uno de cada tres meses" Ya cuando me casé no lo tenía nada claro, se trataba de romper o enredarse para siempre. El clásico susto o muerte. Yo elegí muerte".


La mesa estalló en carcajada general. 



- "Yo aún me pregunto cómo entró mi marido en mi vida. No tenemos nada que ver, venimos de dos mundos diferentes. El otro día por primera vez, me sorprendió coincidiendo en algo conmigo".

- "Mi novio después de seis años, se despidió en la misma tarde dos veces. La primera, como siempre, con un beso de "hasta mañana" y la segunda, en forma de carta, me estaba esperando en casa para romper conmigo. Me recuperé en seguida, no os imagináis el favor que me hizo. Hoy estoy casada con la persona que me sabe hacer feliz".



- "Yo tengo que reconocer que me casé convencida, no se me planteó ni una duda. Le quería con locura... aunque no sintiera las mariposas". 

No dije nada más. Hoy me he propuesto explicarlo:

El hombre capaz de fascinarme debe de andar por ahí, todavía no le conozco. 


Ahora es cuando Guillermo hará una pausa valorativa y se girará para mirarme; suele ser el primero en leer lo que escribo y le pido que me corrija antes de publicar. Me gusta sentarme a su lado para ver qué caras pone.


- "Tú sigue leyendo" -le señalaré esta frase-.


El hombre capaz de fascinarme debe de andar por ahí, todavía no le conozco. Tiene pelo largo y barba. Para salir a la calle viste lo primero que encuentra entre la ropa amontonada de su improvisado ropero. Es capaz de desmagnetizar mi brújula interior, hace que pierda la noción de espacio y tiempo, me tiene desquiciada de celos y no me deja descansar; nos dan las cinco de la madrugada entre disertaciones y otros juegos. Seguro que lee a Nietzsche y a Kierkegaard.

Nietzsche según Castañeda


Le tengo que admirar de lejos porque no se va a fijar en mí. Una mujer que pone rosas artificiales en medio de su salón y se maquilla hasta para bajar a la playa, le es como poco, transparente. El hombre que lee a Nietzsche enfatizaría por contraste mis defectos y me haría ser muy consciente de la simple contradicción que soy. El hombre que lee a Nietzsche no me puede hacer feliz. No me conviene en absoluto. 


Anda tan atormentado como yo.


Guillermo no lee a Nietzsche, ni falta que le hace. Lee a Gabriel García Márquez, Ken Follett, Stefan Zweig. Amigo de sus amigos, responsable, sencillo y honesto. De risa relajada y franca. El padre más comprometido y el más payaso también. Es mi centro de gravedad, mi punto de referencia. La mitad que nunca falla, la que no se complica, la que me saca adelante. Con una infinita paciencia ha aprendido a tirar de mí.


Yo le diría a mi amiga... 

Si después de veinte años todavía sobreviven: complicidad, humor, ganas de compartirlo todo, necesidad de contacto físico, aficiones comunes, invención de coartadas para escaparos juntos... Si al escuchar la llave girar en la cerradura sobre las siete y media de la tarde, se te alegra el gesto en la cara, es que sin duda has acertado y no hay incógnita que resolver.


Por mucho que en tu próxima gastroscopia el especialista declare extinto hasta el último lepidóptero, como el rinoceronte negro en todo el planeta tierra.

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