martes, 9 de julio de 2013

UN LUGAR EN EL MUNDO

Arde Madrid y mi instinto se rebela.

No es natural ni razonable permanecer en la ciudad por más tiempo, pero un absurdo arraigo -leñoso y ramificado- me aferra tenazmente al asfalto, que recalentado por el sol, parece pretender acentuar esta sofocante sensación de incongruencia. Imagino el alquitrán derritiéndose bajo la suela de mis sandalias que me dejarán pegada a él sólo por demostrar la metáfora. 
Y ahí en medio inmóvil, confusa y desubicada, me hago la inevitable pregunta de "a qué lugar pertenezco". 

Cuando se instala el calor, la materia languidece. De la pared cuelga un reloj blando que demora los segundos y dilata el movimiento. Una obvia transferencia de energía viaja de mi ánimo a la atmósfera que me envuelve, y me veo brindando sola, derrotada en el sofá, incapaz de levantar más que mi copa porque la pereza me entumece los sentidos. Arrastro las palabras..., arrastro el cuerpo...  e interpreto el tango más dulce para dejarme caer, rendida, en los brazos de Morfeo.

Y sueño con unicornios...

Me he propuesto el entretenido ejercicio mental de recorrer cada rincón de la tierra y visualizarme en distintos escenarios hasta identificarme con alguno.

Sobrevuelo blancas islas mediterráneas, un pueblecito encantador en la Provenza,  acogedoras casas de montaña, relajantes playas tropicales, una bucólica granja en el campo... y me detengo justo aquí.

Esta foto tiene la culpa. Es la casa de Edy, una mujer de Tennessee.
Cuando la miro ensimismada, me invento una nueva vida.


 

Me dedico a cultivar verduras en mi huerto, cuido gallinas y ovejas. Supone un duro trabajo que inicio al amanecer y, aunque permanezco de guardia -porque sé que un mapache está acechando mi gallinero-, me tomo las tardes libres. Sentada en la mecedora del porche, levanto la vista de "Tokyo Blues" de Murakami para repasar una vez más todas las tonalidades del verde, mientras respiro éter en estado puro y le pego sorbos a mi limonada. Al atardecer doy un largo paseo con mi labrador y vuelvo a tiempo de preparar la cena.

De no haber leído a Thoreau, que a mis dieciocho años ya me planteó esta duda, no estaría ansiando la libertad que asegura confiere estar en contacto directo con la naturaleza. Él se atrevió a dar el paso (sólo harían falta vivienda, abrigo, alimento y combustible) y se lo demostró a sí mismo construyendo una cabaña en el estanque de Walden, donde vivió en compañía de sus reflexiones durante dos largos años, dos semanas y dos días.

El desafío es tentador, pero yo soy consciente del riesgo: He sido criada en cautividad y no puedo calcular mis posibilidades de supervivencia fuera de mi entorno habitual.

Guillermo me mira y se ríe:
- Tú no aguantas en Tennessee ni la primera semana.

Me río yo también y reconozco: "Es muy posible". Como dirían por allí... "The grass is always greener on the other side of the fence". Éste es el paraíso de otro. Ojalá yo aprendiera a valorar el mío.


Si algo caracteriza a la condición humana es su permanente insatisfacción.
¿Para qué el reto, si no?


Una tormenta "perfecta" al otro lado de la ventana me ofrece la tregua que venía necesitando. Agradecida clavo la mirada en el techo e imagino grandes aspas de madera girando sobre mi cabeza mientras escucho a Gardel:




YouTube "Por una cabeza" Carlos Gardel

2 comentarios:

  1. Esta vez soy yo la que me rindo ante los efectos lo que tu llamas "tu entrada" y yo bautizaría como tus "criaturas"... Hoy me has pedido que me asomara a conocer a otra recién parida... Obedezco a la mecenas de mi faceta blogera en cuanto la agenda me da un respiro. Confieso que leerte me hace sentir que carezco de cualquier tipo de legitimidad para opinar... Logras el perfecto maridaje entre escribir y crear. Eres directa, valiente, reflexiva y encantadoramente natural. Por favor, mantén siempre tu esencia ya que la has identificado. A mi has conseguido atraparme en muchos sentidos...

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