Jean Baudrillard |
"Si fuera preciso caracterizar el estado actual de las cosas, diría que se trata del posterior a la orgía. La orgía es todo el momento explosivo de la modernidad, el de la liberación en todos los campos.(...) liberación sexual, liberación de las fuerzas productivas, de las pulsiones inconscientes, liberación del arte. (...) Hoy todo está liberado, las cartas están echadas y nos reencontramos colectivamente ante la pregunta crucial: ¿Qué hacer después de la orgía?". La transparencia del mal. Jean Baudrillard. Anagrama.
Formamos parte de un paisaje post–postmodernista dado de sí y desdibujado por donde uno pasa desapercibido con su traje de camuflaje a manchas progres, transgresoras, tradicionales y futuristas. Todo vale, al parecer. Sin embargo mi instinto de conservación precisa cierta higiene cultural y reclama disciplina.
Me vi a mí misma reaccionando, casi con indignación, ante algunos de los vocablos publicados en la vigésimo tercera edición del DRAE. Por horteras: "papichulo", por ridículos: "bluyín" o por intrusistas: "lonchera". Palabras que mi devoto ordenador aún subraya como incorrectas.
Justifico "tuitear" y "mileurista" por la lógica necesidad de ponerle nombre a una nueva realidad social, pero un castellano orgulloso no pronuncia extranjerismos crudos ni adaptados fonéticamente porque presume autosuficiencia. Y en mi inexpugnable reducto le reprochaba laxitud a una Academia que transige con lo más vulgar, desprestigiando una lengua por la que profeso un respeto reverencial.
Entiendo que el académico deba salir de su despacho y conectar su grabadora para luego transcribir lo que sucede ahí afuera. Pero acatar —sin intervenir— la voluntad de las masas es presenciar una mala conducta y consentirla. Hacerse cómplice en el delito.
Y mientras andaba sosteniendo dignamente mi postura, surgió una opinión más joven e indulgente que me hizo sentir súbitamente trasnochada, a veces conviene reflexionar con una mano sobre la mejilla.
Imagino a un señor encorbatado sentándose a una mesa de nogal bien encerada para examinar un listado que no piensa incorporar a su vocabulario personal y traga saliva, pero firma. Me pregunto por qué lo hace. Me informo. Una opinión responsable debe estar documentada.
Aprendes que el español no es patrimonio de España, que compartimos idioma y que somos minoría. Que las lenguas vivas no se gestan en el laboratorio de una academia sino en la calle, donde cultismos y vulgarismos conviven pacíficamente.
El idioma va evolucionando y se autorregula solo. Si nuestra realidad es ésta, así debemos contarla.
Y el futuro arqueólogo encontrará en el estrato correspondiente al siglo veintiuno vestigios de arte, de vocabulario y de estilos de vida eclécticos. Respeto e irreverencia a partes iguales.
Rastros de orgía sin culpa.
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