sábado, 25 de octubre de 2014

DE HIELO A VAPOR DE AGUA, POR SUBLIMACIÓN

Tengo súper-poderes.

Me siento a una mesa donde se está hablando de fútbol, motores o economía y para no morirme de aburrimiento pronuncio una frase polémica en forma de interrogante y en lo que tardo en dar un trago a mi copa de vino tinto ya la conversación es otra.

Propongo un juego, un plan de fin de semana, desafío a una prueba de amor. 

La maestría en el arte de la persuasión se adquiere con algo de imaginación y franca exhibición de entusiasmo.

Intervenir. Suscitar respuestas. Demostrar que existes. Esta clase de súper-poderes.

Pero cuando la magnitud de los efectos que provocas se te escapa de las manos y compruebas que está dependiendo de tu ánimo o de tu criterio cómo se sienta alguien cercano, asusta.

Y te acuerdas de la reina Elsa en Frozen, porque tú también lanzas rayos lesivos e incontrolables que alcanzan a los que más quieres hasta hacer que se desvanezcan. Literalmente.




Desmáyame otra vez, mamá.
– Ya no puedo, Tristán. Ahora que conoces la historia, no te va a sugestionar.
– Desmáyame con otra cosa.

Es lo que me dijo unas horas después de que ocurriera, ya por la tarde.

Habíamos estado comiendo con amigos en un restaurante y nos pusimos a hablar de Lorenzo, el novio de mi cuñada Elena. Un niño grande, de esos que animan tu mesa y todas las de alrededor. Tristán no lo conoció porque todavía era un bebé cuando Lorenzo murió de cáncer de estómago. Supongo que nos escuchó decir que había estado con nosotros allí mismo hace unos años y se dio tal atracón, que acabó como Paul Newman tras engullir los cincuenta huevos duros en "La Leyenda del Indomable". Relacionó sin duda "comer demasiado" con "enfermedad mortal" y a mí, que estaba sentada a su derecha me tocó explicarle lo que yo misma no entendía, pero sus preguntas se volvían cada vez más incómodas. Me tentaba alargarle un móvil para distraerle con otra cosa aunque Tristán es de los que no desisten hasta comprender. No sé exactamente qué le conté. Creí estar tranquilizándole mientras me escuchaba atentamente, cuando de repente se desplomó.

Sufrió un síncope vasovagal. Pueden ocasionarlo estímulos no placenteros o emociones desagradables, así me lo explicó mi hermano, el médico. La inconsciencia como huída.

Tristán es un niño extremadamente sensible e impresionable. Vence esa vulnerabilidad sobreactuando fortaleza. Le he visto con cuatro añitos esconderse detrás de una columna para que no lo vieran llorar, se levanta rápidamente de una caída apretando la mandíbula y escoge como favoritos a los villanos de las películas.
Pero también le he visto estallar en lágrimas cuando se siente incomprendido. Cuando reclama mi atención.
Y que una criatura tan frágil dependa de mí, me abruma. Yo no estoy preparada. No había llegado a ser adulta cuando me veo siendo madre.
Y tiemblo porque, lo he comprobado, se corresponde con mi actitud que mis hijos se sientan seguros o se tambalee su autoestima. Que estén tranquilos o alterados.

Y es difícil alcanzar el equilibrio que deseo transmitir en medio de una trepidante semana en la que ha de caber un curso de formación, una llamada urgente al fontanero, dos exámenes de evaluación: sociales y naturales, (estudiando con mi hijo como si me examinara yo), decorar un póster con fotografías (en el descanso de un turno de noche), discurrir una actividad para la clase de mi hija, organizar una cena para catorce –esa cifra–, pasar una noche en el museo de ciencias naturales, hornear y decorar una tarta, y preparar una gymkhana de pistas para la fiesta de cumpleaños del protagonista.

Y mientras persigo ese equilibrio, suspiro por una huída que me permita bajar de esta agotadora rueda de hámster, para sentirme de nuevo yo, anárquica y sin consecuencias.

Y mi huída, ya está pactada, es un paseo cada viernes hasta mi clase de escritura. Es retirarme una semana al año a mi casa de la playa, donde no resultar peligrosa, donde mis "súper-poderes" no puedan hacer daño a nadie. Para meditar. Para escribir. Para regresar reverberando aquel silencio.

Y acertar a arrancar con un gesto una sonrisa. Y contagiar serenidad. Y cambiar un poco el mundo… porque –no se me puede olvidar–, tengo súper-poderes.



YouTube "Let it go" Frozen

4 comentarios:

  1. Hola, mamá peligrosa!... Qué bien que te permitas ser tú, anárquica, con y sin consecuencias en tu huida de los viernes. Yo estoy feliz, por la parte que me toca, de que huyas con nosotros. Y me da lo mismo si tienes necesidad de soltar nubes de lavanda, una frase polémica de forma interrogante o un rayo lesivo con la punta de las pestañas... Bueno, lesivo, pero no mucho, que ando tierna. Solo como para percatarse de algo o para una tirita.

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    1. Nunca te contesté, Paloma. Hoy lo releo y te empiezo a echar de menos. No desaparezcas, por favor.

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  2. Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine ... onerosus paternitas!

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