miércoles, 12 de noviembre de 2014

DE RATONES Y HOMBRES

En casa respetamos (como si fuera norma escrita), una muy particular separación de poderes que bien podría dar ejemplo a algún Estado de Derecho. 

Guillermo hace la comida y conduce en los viajes largos. Yo visto a los niños y superviso los deberes. Epi prepara zumos de frutas, lava, plancha y saca dientes.

– No quiero que nadie más me los quite.

Así que Tristán se ha pasado todo el puente protegiendo su paleta endeble a la espera de que el martes llegara la autoridad competente en el ministerio dental.

No pude asistir al solemne acontecimiento, pero me enseñó su hueco con orgullo cuando, por la tarde, lo recogí del colegio.

– ¿Te ha dolido?
– No me ha dolido nada, pero me salió un huevo... levanta rápidamente la mano en señal de stop, como evitando la amonestación, –¡lo tengo que decir, mamá!– ... de sangre.

Se olvidó los deberes en el colegio. Se comportó nervioso y agitado. Costó acostarle.

A las seis de la mañana sale de su habitación con un juego entre los brazos y disfruto contemplando su sonrisa desdentada, pero es demasiado temprano y le tengo que pedir que vuelva a su cama.

Protesta, – ¡pero mamá, es que ya no puedo dormir! ¡No sé qué más soñar! – 
– Ponte las zapatillas y abrígate. Hace frío. - contesto, al fin, conteniendo una sonrisa.-

Corre ilusionado a comprobar qué le habrá contestado el ratón en la nota que le había dejado (llena de faltas de ortografía) y vuelve blandiendo el papel en el aire para enseñarme señales de mordiscos alrededor del "sí" a las preguntas:






Hola de nuevo, señor Pérez. ¿Te puedo llamar así? Rodea

                                                     Sí                                     No

Tienes un skate al principio. Luego con el skate tendrás que saltar las pinturas. Al final de la última pintura te encontrarás una oficina. ¿Quieres pasar? Rodea

                                                     Sí                                     No

Luego hay un valle hecho de juguetes . Te tienes que meter en el cuadradito. Quiero Pingüino al agua, por favor.

                                                                                                         Gracias. Tris


Éste era el documento oficial que estaba escribiendo sobre el suelo de la entrada, ayer a las nueve de la noche, cuando yo ya tenía previsto canjear su tercer diente de leche por una moneda de dos euros. A continuación, una especie de gymkhana con mini patinete, sendero de lápices de colores que conduce a un ejército de gogos montando guardia alrededor de un diente, junto a su cama.

En ese momento entiendes que te queda poco tiempo de reacción. 

Y llamas al Corte Inglés para que te pasen con juguetería, y allí no cogen, pero esperas. Y después de quince minutos por fin se escucha una voz. Preguntas por un tal pingüino al agua (no sabes bien lo que es) y estás de suerte porque existe. Y ya te habías duchado, pero con el pelo mojado y en pijama te pones botas y un abrigo y sales de casa con el pretexto de comprar leche, porque ya no queda. Y vuelves con el trofeo en tiempo. Y respiras.

Hay quien considera que engañar a los niños con estas fantasías es abocarles a la primera gran decepción. Es tomarlos por ingenuos. Les animamos a creer lo increíble para luego explicarles que todo ha sido una ficción. Que la vida es otra cosa.

Puede que tengan razón, y sin embargo, yo recuerdo con nitidez la sensación de comprobar que la magia funciona (aun con errores de mensajería porque a menudo me tocaban regalos que yo nunca había pedido) y no quisiera que mis hijos se la fueran a perder, porque ésta es de las intensas. Y eres muy consciente de estar elaborando mentiras tan ciertas para un niño como que el corcho flota, solo que, durante un tiempo, resultan más emocionantes. 

Y aún no sabes si estarás haciendo lo mejor, tienes tus dudas. De lo que sí puedes estás segura es de que te has vuelto a ilusionar con algo tan simple como acabar el día royendo un trozo de celulosa.

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