martes, 20 de abril de 2021

El paseo. Sabiduría práctica para la vida.

"No pasa nada"... "No pasa nada" me repito como un mantra mientras miro mis zapatillas de ante avanzar sobre el suelo salpicado con gotas de pintura seca. Tengo los bajos de mi pantalón cubiertos de polvo blanco. Me puse este pantalón ayer y me lo volveré a poner mañana, ¿qué importancia tiene ya?, me está resultando cómodo.

Rodeo con paso lento y obstinado la cama cubierta de plástico, único mueble que ha quedado en el centro de mi habitación. Se escucha el eco de mis pisadas. Por la ventana sin cortinas la luz entra ahora a raudales. Voy sacando de uno en uno cada dedo de las manos y cuento una y otra vez para asegurarme de que el domingo veinticinco podremos salir de casa. La asistenta dio positivo ayer miércoles. Hay que contar hasta diez. Jueves uno, viernes dos... 

Estamos todos aislados y sólo ha transcurrido un día. Voy y vuelvo por la casa como un león enjaulado. Me asomo al cuarto de baño, veo las paredes parcialmente emplastecidas, botes de pintura en el suelo cubierto de plástico transparente y plástico también sobre ducha, inodoro y encimera salvo una abertura en el lavabo porque nuestro grifo gotea. Los techos están recién pintados, a esto sí que le dio tiempo. El pintor tuvo que marcharse en cuanto le di la noticia. Sobre la encimera aún reposa el vaso de cristal vacío. El día anterior le había ofrecido algo para beber. –Sólo agua, muchas gracias. –¿Del grifo o de la nevera? –Del grifo, por favor. He decidido dejarlo ahí como infantil garantía de que su dueño volverá muy pronto a usarlo, que terminará el trabajo. Le hice prometer que regresaría el lunes por la mañana. –El lunes 26 a las 07:30, –contestó solemnemente–. Necesitaba oírlo decir en alto.

Ya sé, ya sé. No se puede planificar –me digo mientras recorro la cocina a gatas con papel húmedo en la mano para limpiar de huellas el suelo–. "Si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus planes" se burla el dicho. Yo prefiero confiar en que se cumplirán los míos o simplemente recurriré a mi nuevo paliativo: "No pasa nada". Estoy aprendiendo a usarlo.

Mi marido y yo nos hemos trasladado al dormitorio de invitados y nos da la sensación de estar en una habitación de hotel. De lo alto del armario cuelga una percha con mi nuevo pantalón de seda y un top de organza color tostado. Espero que no haga frío. El vestido de María se lo había llevado mi hermana para coserle cintas de raso beige alrededor de los puños. La cama es desproporcionadamente grande para el tamaño de la habitación y como ha quedado asediada por cuadrantes, almohadones y cojines que ahora tenemos por duplicado no queda otra que trepar desde uno de los extremos para meterse en ella.

Nos preguntan por teléfono desde el Centro de Salud si tenemos algún síntoma. –Por el momento estamos bien, muchas gracias. María me había dicho antes del desayuno que se sentía débil. Le preparé una tostada con huevo duro, queso de oveja, algunas nueces y dos mandarinas. No ha vuelto a quejarse.

Me dirijo a la que fue mi habitación para examinarla esta vez a la luz de la mañana. Cuatro brochazos sobre la pared de diferentes tonalidades esperan ser elegidos. Ladeo un poco la cabeza. El garbanzo de abajo a la izquierda, sin duda. Creo que va a quedar muy bien. Vuelvo por el pasillo protegido con el plástico hasta el distribuidor. Apoyado sobre dos baúles el retrato de mi marido ahora vigila la entrada. Me estoy acostumbrando a verlo ahí, es posible que se quede. 

Tengo los muebles de la habitación y el baño repartidos por la casa. Me paseo de uno a otro para examinarlos. 

Me estoy planteando reubicar un par de ellos. En ocasiones conviene reconsiderar lo que ya dábamos por sentado. 

Se nos amontona el trabajo y me toca cocinar. Maty había dejado unas lentejas a remojo y voy a tener que hacerlas. Mi hermano mayor me da indicaciones por teléfono pero me acaban quedando duras. Supongo que no he tenido cuidado con los tiempos de cocción. Mientras mastican cuidadosamente los niños se miran de reojo. Mañana prepararé hamburguesas. 

Han transcurrido ya cinco días. Seguimos asintomáticos. Sábado, domingo, lunes... Miro el pronóstico del tiempo, puede que el domingo llueva. Tendré que ponerme otra ropa. Suspiro... No pasa nada. 

Saco la cinta de caminar y abro dos ventanas enfrentadas para crear corriente. Guillermo tele-trabaja desde el salón y aquí no molesto a nadie. Me pongo los auriculares, la habitación de Guille queda justo al otro lado y parece que tiene clase. Selecciono la actividad "andar en cinta" en mi reloj y programo la máquina a máxima velocidad. En lugar de senderos de tierra mientras contemplo el paisaje recorro con mi mando a distancia los canales de YouTube. Hora y media a ciento treinta latidos por minuto. Hoy he escuchado una charla sobre estoicismo. Verdaderamente inspiradora.

Martes, miércoles, jueves... El domingo quedaremos libres, está requete-calculado. A las once se celebra la Primera Comunión de María. Ella está entusiasmada porque va a salir a cantar con su mejor amiga. Eso y que mi hermano le va a regalar uno de los conejitos de la última camada aunque le he puesto la condición de que se lo llevarán de vuelta. –Podrás cuidarlo en verano. – Vaaaaaale.

Me he puesto a bailar en el salón. Había pensado que es buen momento para aprender la coreografía de Jerusalema. He terminado sudando. Buen rollo.

Esta nueva actitud me está dando resultado; he aprendido de la mejor. Hace poco a mi sobrina que sólo tiene año y medio le oí consolarse sola: "No pasha nada", decía. La frase corta más terapéutica que había escuchado en mi vida. Ahora me sorprendo pronunciándola con su simpática entonación en lugar del ¡Me cago en todo! habitual que suelto espontáneamente cuando se me derrama algo, me quemo con la sartén o me dejan habitación y baño empantanados durante semana y media. Es tan fácil como articular en voz baja y convincente: 

No - pasa - nada.




Masala kids "Jerusalema"

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