Comienza el 21 de junio y lo intuyes por los
compañeros que ya se han marchado, pero el
verano es un estado de ánimo y no lo harás tuyo hasta que te veas en aquel
rincón del mundo donde la calma es
costumbre y donde el tiempo se dilata.
Elegir otros destinos más exóticos te garantiza momentos para enmarcar y otra equis en tu mapa de “pendientes" pero siempre faltan horas, esas que se escurren entre
aeropuertos y cremalleras porque acaban tus vacaciones y no te habías sacudido
del todo la inercia.
Cuando por fin comprendes que el verano debe ser el reposo del guerrero, decides
instalarte allí donde el aire huele a marisma, a pescado a la brasa, a piedra
húmeda e incienso, a madera y vino tinto, a regaliz.
Donde se escuchan las gaviotas, se reúnen los amigos,
se reencuentra la familia. Y la vida se improvisa a cada momento a voluntad del
nordeste, la heladera conoce tu sabor favorito y tus hijos jugarán a “marro
parao”. Y a las siete de la mañana, la playa te pertenece.
Y en el mismo lugar, como por arte de magia, cada
verano es diferente.
Lo presiento cuando enviamos a los niños por delante
y se empiezan a encadenar las cenas de despedida. La nevera medio vacía sugiere recetas extravagantes. Voy tachando tareas de mi
larga lista de asuntos que dejar resueltos antes de irnos. Coches al taller, libros
de texto, uniformes, compras de última hora, revisión con el dentista (empaste sin anestesia, porque te sientes valiente),
peluquería…, gasolina.
Son
las siete y media de la mañana y termina mi último turno de trabajo. Me desenchufo. Ya soy libre, quiero sentir de inmediato ese verano que no acababa de llegar.
Y no
llega.
Faltan
aún las maletas, instrucciones al conserje, cargar los coches…
Atasco.
De
vez en cuando me llama Guillermo desde el coche que me guía. Planificamos la
llegada. Se va haciendo tarde, miro el reloj y temo que no lleguemos a tiempo para
ver a los niños despiertos. Calor.
El tráfico
se disuelve en el primer puerto de montaña. Deja de oírse la radio. Conecto el
iPod, “Hotel California”. Una luz anaranjada pigmenta los
riscos del oeste, bajo la ventanilla y empiezo a cantar. En el horizonte el
paisaje reverdece. Subo el volumen con Facto Delafé y hago los coros. Me recorre un escalofrío por la espalda.
Dos
saludos cortos de claxon para saludar al cartel de "Cantabria" –igual que hacía mi
padre– y, de repente, me apetece iniciar otra tradición: pasar por el cementerio y darme un baño inaugural el mismo día de mi llegada.
Descargamos
un coche rápidamente para dar una sorpresa a los niños que ya no nos esperaban
hoy. El olor de la marisma hace que respire hondo y sonrío: Santoña.
Nos
atacan tres animalillos en pijama que quieren hablar a la vez, se cuelgan de nuestro cuello. Esas ganas de contarlo todo cuando eres pequeño. Disfrutamos su impaciencia.
– ¡Mamiii!,
¡que nerviosss!, ¡no voy a poder dormiiiiir!–.
Descargamos
el segundo coche. Volvemos con dos toallas. Es la una de la madrugada y me he
propuesto continuar con el guión.
La
marea está baja y la playa en penumbra. Mi silueta sin costuras queda iluminada un
instante desde detrás con la linterna de un móvil y proyecta una sombra gigantesca sobre la arena dura. Voy adentrándome en olas de espuma que avanzan deprisa. Las que no rompen, gris
marengo, disparan mi imaginación.
A pesar de haber pasado frío y muchísimo miedo necesitaba sentir algo así. Salgo de las dunas ya tibia con
hojas y ramitas de manzanilla en el pelo, paso al asiento del copiloto donde antes había posado un ramo de margaritas completamente seco, cruzo una mirada
cómplice y vuelvo a casa con la absoluta certeza de que ya estoy de
vacaciones.
YouTube "La Juani" Facto Delafé y las Flores Azules
Grande, inmenso. No puedo estar más de acuerdo con el verdadero inicio del verano.
ResponderEliminarMe has levantado de la silla arrastrandome hasta el puerto guiado por el olor del pescado a las brasas.
Y me he montado en bicicleta como todos los domingos después de comer, para ir a por una barra de helado para corte y un paquete de barquillos cuadrados.
Muchas gracias, Raúl. El corte de nata especial es un clásico aquí. Deberías probarlo.
EliminarQue te siente bien el descanso, guerrera, pero que no te cambie las ganas, la curiosidad de vivir ni tu ímpetu. Mientras sigas sabiendo con esa fuerza, qué necesitas sentir, y que lo que necesites sea "algo así"..., y me quedo con la piedra húmeda, el vino tinto y el regaliz..., seguro que tus veranos te esperán cada año ansiosos: "mira, llega ya María" se dirán cuando vean asomar el morro de tu coche. Tus veranos te querrán como te mereces, y esperarán que calmes con tu ánsia materna el ansia de tus tres animalillos, para que tus ritos iniciáticos se cumplan en plenitud. ¡Qué bien estará mi negra contigo!
ResponderEliminarGracias, Paloma. Y yo me quedo con este comentario. Te cuidaré bien a la negra. ;-)
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