martes, 13 de agosto de 2013

CLAUDIA


Fue "mi mejor buena acción", me lo dijo Jesús, un amigo que me conoce bien.

Muy probablemente.

Casi la atropello en la autopista de Las Palmas de vuelta del trabajo a casa, pero frené justo a tiempo. Me había parado en el carril de la izquierda al final de una larga recta, calculé el riesgo (era visible por quien pudiera venir detrás) y bajé decidida a meter aquel perro que temblaba asustado en la mediana, como fuese, dentro del coche.
Me lanzaba bocados para defenderse y me hizo cortes en las manos, pero lo sujeté firmemente por el cuello hasta arrastrarlo dentro. Un tipo al ver la escena paró su coche  detrás del mío y se ofreció voluntario a ayudarme. Le di impacientes explicaciones de que aquel no era mi perro, que sólo quería ponerlo a salvo, que el pobre desconfiaba de mí... y es que me estaba dando vergüenza protagonizar un espectáculo que evidenciaba mi falta de control sobre aquella situación, -seguramente parecido al que debo de estar dando hoy en día cada vez que salgo con mis hijos a la calle-.

Me la llevé al veterinario y el chip localizado bajo su oreja nos permitió dar con su familia. Yo que siempre había tenido perros en casa, me puse contentísima anticipando la alegría que con mi noticia estaba a punto de dar.

- ¡Ah! ... ¿La habéis encontrado?
Era la voz de una mujer que no sonaba del todo a entusiasmo.
- Sí, estaba en la autopista... ¡¡¡y no le ha pasado nada!!! 
- Cuando pueda me acerco a buscarla... o si queréis, os la podéis quedar.

Supongo que le di unas vueltas, pero no tardé en elegir la segunda opción. Lo lógico era pensar que habían querido deshacerse de ella y podrían volver a intentarlo, además era tan guapa y simpática que había estado deseando secretamente esta oferta.

Aún no lo había "contado en casa". Guillermo vivía en Madrid con mi perro (un cocker spaniel negro) y nos veíamos los fines de semana. 
Antes tenía que pedir permiso al propietario de mi bloque de apartamentos porque en mi contrato de arrendamiento firmé una cláusula que prohibía "expresa y terminantemente la presencia de animales en la vivienda". Preparé mi discurso a conciencia y bajé a las oficinas cogiendo aire. Salí de allí sonriendo satisfecha. 

Claudia se quedaba conmigo.


Claudia
Le costó adaptarse. No quería comer. Si le acariciabas la cabeza cerraba los ojos fuertemente, se agachaba como para intentar esquivar un golpe y lloraba cuando la dejabas sola. Lo destrozaba todo. Aprendí a ganármela con paciencia y pronto se fue relajando. 
Jesús y yo compartimos la custodia, pero sé que le prefería a él. Se la llevaba cada vez que iba a escalar o a dar largos paseos por el campo. Yo pocas veces les acompañaba, ahora recuerdo un día en que nos perdimos durante más de ocho horas.  
Al atardecer bajábamos a la playa para jugar a las palas y ella se volvía loca. Nada más pisar la arena corría como si persiguiera a una liebre haciendo ágiles quiebros, parando en seco de repente para saltar con más energía y dando mordiscos al agua. Dejábamos de pelotear sólo para verla disfrutar.
Hubiera jurado que se reía.

Al cabo del tiempo me destinaron a Madrid y la rhodesian ridgeback (que algunos aseguraban era), se despidió para siempre de Canarias. 


Nunca la consideré mía. Claudia era un espíritu libre y se perdía con frecuencia. Cuando me quedé embarazada se la llevó mi hermano Vicente a su chalet en Valencia, sabía que entre una familia de veterinarios estaría bien cuidada. Ni siquiera la eché de menos. Años después aún contactaban conmigo para notificar la última expedición de la perra al campo de golf más cercano porque su chip seguía a mi nombre.


La vi en dos ocasiones más. El pasado marzo fui muy consciente de que sería la última vez. Estaba sorda y ciega, no me reconoció. Se encontraba mal aquel día, apenas la sostenían sus patas y permaneció tumbada en su rincón. Me quedé a su lado un rato para decirle adiós. Se me humedecieron los ojos.


Claudia murió hace dos semanas, me enteré al día siguiente. Le mandé un whatsapp a Jesús en seguida y me contestó nostálgico. 
Hoy pienso en ella y me convenzo de que ha vivido feliz y de que yo sin duda... 

había hecho una cosa bien.

2 comentarios:

  1. Así se hacen las cosas. Seguro que sonreía!

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  2. Ésa es la diferencia entre unos, que piensan lo que les gustaría hacer, y otros, que actúan. No sé si fue tu "mejor buena acción", pero fue bonita.

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