martes, 21 de mayo de 2013

TITI

 - "¿Vas a ver a Susanaa? ¿Para queeeeeeé?"

Susana es la profesora de Tristán. Por el tono de voz y la expresión de terror en su cara deduje que no le convenía que me comunicara con ella. Le tranquilicé diciendo que iba sólo a una asamblea y le pedí que confesara qué es lo que había hecho esta vez.

 - "¡Nada!".

¿Por qué le preguntaré, si ya conozco la respuesta?

Ayer hubo reunión en la clase de 5 años. Los padres (tengo que usar el masculino porque había uno entre veintitantas mujeres) ocupamos las diminutas sillas de los enanitos. A Tristán le hacía mucha ilusión que me sentara en la suya; ya me había señalado antes de salir de casa que era de color azul y estaba junto a la puerta.

Nos repartieron unos folios con la información necesaria para preparar la excursión de dos días a la granja-escuela.

 ... Cuatro bolsas marcadas con el contenido etiquetado:
  • Ropa sucia
  • Ropa viernes
  • Peine, cepillo y pasta de dientes, toalla pequeña
  • Saco de dormir, pijama, linterna y ... ¡apego!     
De pronto se me planteó un conflicto. No podía permitir que volviera a suceder. Me vino a la cabeza de inmediato aquel 22 de agosto en que creí haber perdido a Titi. Así es como mi hijo con un año, bautizó a un osito abrazado a un pedazo de manta de un verde bayeta imposible, que sonajea débilmente, hoy lleno de bolas y -da igual que lo acabes de lavar- mugriento. 

Insustituible.

Titi

En el cole lo dibuja junto a su mano naranja de cuatro dedos entre mamá, papá y sus hermanos como si fuera otro miembro de la familia. Sólo se lo dejamos para dormir, pero en más de una ocasión le hemos sorprendido tintineando de espaldas a la pared y avanzando lateralmente con un sospechoso bulto en el culo.

Era nuestro aniversario de boda y ya flotaba en el ambiente la proximidad de la crisis, así que decidimos celebrarlo en casita con picoteo en la terraza, vino, velas y música de Moustaki por todo exceso, pero nos permitimos el gran lujo de colocar a nuestros hijos en casa de mi hermana durante veinticuatro horas.
Me imagino que organicé su "hatillo" silbando, me aseguré de que no se me olvidaba nada.
Los dejamos sobre las doce, y a las ocho más o menos ya me estaba llamando Leticia.

  - "María, no encuentro por ninguna parte la bolsa de los niños".
Se me dispararon las alarmas. ¡Titi! 

Entonces me acordé de algo. Mientras esperaba en el coche a que Guillermo los dejara con ella, me pareció haber visto de lejos que una adolescente cargada con una bolsa azul y blanca con grandes letras en color rojo entraba en el portal de mi hermana. ¡Qué casualidad! ¡igual que la nuestra! pensé.

Le di vueltas durante las siguientes dos horas. ¡Tengo que ir inmediatamente a rescatarle! Igual si les explico que mi hijo no puede dormir sin él, les acabo conmoviendo y me devuelven la bolsa exagerando contrariedad y fingiendo un imperdonable despiste. 

No sé controlar mi imaginación.

Fin de aniversario. A las diez de la noche me puse a llamar al portero automático piso por piso preguntando dónde vivía una niña que esa mañana había cogido por error una bolsa blablabla. Anotaba en mi teléfono las respuestas que me iban dando desempeñando meticulosamente mi nueva condición de detective con una obsesiva determinación por resolver el caso. Un vecino al que también interrogué me sugirió que pasara dentro, que algún telefonillo no estaba funcionando bien y que desde luego, los del segundo -que tenían una hija-, eran gente muy, muy rara.
No me hacían falta más pruebas, había dado con el culpable. No contestó nadie a la puerta y volví a casa por donde había venido. 

Llamé a mi hermana para que dejara por favor una nota de "se busca" en el ascensor y a mi hermano para que intentara localizar a Titi en el 2ºc porque...

 - "estoy casi convencida de que lo tienen ellos".

Al día siguiente me despertó una llamada y al otro lado del teléfono escuché el inconfundible cascabeleo. "¿lo oyes?" me dice Vicente con su característico tono de satisfacción. Casi pude advertir esa contenida media sonrisa.

 - "¿Cómo lo has conseguido?" pregunto ya por completo espabilada.
 - "He aporreado la puerta y le he dicho al que me ha abierto que como no me dé la bolsa, le voy a meter dos hostias".

Quien conoce a Vicente entiende que me lo hubiera creído. "Ha sido muy capaz", pensé relajando la mandíbula, más estupefacta que eufórica.

Me debía una. Unos veranos atrás yo le había gastado una broma que se creyó durante casi un año y ahora me la estaba devolviendo.

Resulta que mi sobrino Álvaro, un tiarrón de, por entonces treinta años, -creo que ya me ha perdonado por haberle tomado por niña-, había cogido esa bolsa y la puso entre las de su amigo que llegó a la vez que mis hijos. Revisando mejor, la encontraron por la mañana.

Yo ya había contado la aventura a casi todo el mundo y tuve que ir corrigiéndola -con un perceptible deje de fastidio en mi voz porque sonaba mucho más aburrida esta segunda versión-. 

Tiemblo al pensar que Titi no volverá a casa esta vez. Tristán lo va perdiendo absolutamente todo. Capucha, chaleco de plumas, guantes, juguetes, libros... 

Me veo llamando una por una a profesoras y madres de sus compañeros de curso y haciendo un viaje a Brunete para inspeccionar entre los barracones. 

Estoy por sacarlo de su mochila en cuanto suba a ese autobús.



YouTube "Le Métèque" Georges Moustaki

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