miércoles, 12 de diciembre de 2018

Good Bye, Lenin!

Es para mí fundamental celebrar las cosas a su tiempo. La fecha exacta. El aniversario. No concibo soplar velas antes o después de un cumpleaños. Ha de ser el mismo día. Como diría la mente rígida de Rainman... “seguro”.

Me sentí fatal al enterarme de que el primer añito de María iba a coincidir con nuestro viaje a Londres. Ya teníamos los billetes y la reserva del hotel, sólo llevábamos a los niños. Consideré cancelarlo pero Guillermo me hizo razonar que ella no se daría cuenta, que lo podríamos celebrar dos días antes. Así hicimos. Un cumpleaños como se merece: con invitados, tarta de chocolate, una velita, regalos y “fuegos artificiales”. Ella disfrutó de su fiesta de forma parecida a cuando hay visita y le prestan toda la atención, le cantan, le enseñan un nuevo juguete, le dan a probar algo rico o hacen que la lanzan por los aires. La celebración en verdad es para ti. El deber cumplido. El rito. Saber que has hecho lo que corresponde, porque los cumpleaños se celebran así. Eso es seguro.





Un nuevo desfase en el tiempo volvió a producirse a finales del pasado mayo. María tenía ya siete años. Se le había caído un diente. Lo colocamos, como otras veces, con mucho cuidado bajo su almohada. Yo me fui a mi habitación a esperar que se durmiera. Por la mañana escuché desde la suya un diálogo confuso con la entonación de un lamento 
–¡Nooooooo! –Proyecté un grito interior mientras apretaba los ojos en un intento de atenuar la culpa–. Me había olvidado por completo.
La encontré en el borde de la cama. Me senté a su lado. Sin apartar su mirada de la cabecera me dice:
–No ha venido. —No se lo podía explicar–. 
Tenía una expresión desoladora, entre triste y desconcertada.
–Pero si he dormido muy quieta aquí –señalaba con palmaditas el otro extremo de la almohada– para que el ratoncito Pérez pudiera cogerlo fácilmente y cambiármelo por otra cosa.
Intenté consolarla con alguna explicación. Se me partía el alma.

Tenía que reparar ese daño como fuera. El sentido de la responsabilidad me hizo poner la imaginación en marcha. Me apresuré a ir a un Centro Comercial para comprar purpurina. No encontraba. Una bolsa de cartón decorada con cuadraditos brillantes color rosa habría de valer. De regreso a casa ya me sentía tranquila, diría que ilusionada. Había elaborado un buen plan. 

Sacudí el cartón por el escritorio de su habitación y sobre un billete de cinco dólares que coloqué  junto a su almohada. Dejé la ventana abierta.
Llegó la tarde y María entró casa pero, a diferencia de cualquier otro día en que se dirige directamente a su cuarto, en esta ocasión lo evitaba. Yo la había estado animando a volver a mirar en su cama pero ella no se atrevió. Supongo que no quería enfrentarse a un segundo desengaño. Le llevó tiempo.
Largo rato después (la imagino entrar tímidamente a solas con su indecisión) me arrastró hasta la escena con la cara iluminada. El polvo de hada hizo su efecto.
– ¡Mamá! ¡Mira lo que he encontrado!
– ¡Un billete de cinco dólares! 
– Y está lleno de puntitos rosas.
Examiné con interés esos puntitos. 



– ¡Es polvo de hada! Creo que ya lo entiendo –adopté aire de detective–, el ratoncito Pérez sabía que ibas a ir de viaje a Estados Unidos y le ha pedido al hada de los dientes que te traiga el dinero ella. ¡Imagínatela tan pequeña volando sobre el océano! Como Estados Unidos está lejos ha tardado mucho en llegar.
Debí de sonar convincente. María recuperaba su sonrisa aunque fuera con retraso. 
Yo me tenía que asegurar.


El cumpleaños de uno de los nuestros, el ratoncito Pérez, mi aniversario de boda, Nochebuena, Navidad, Fin de Año... Reyes. Un año y otro año perfeccionando la tradición, añadiendo componentes propios para hacerla un poco más nuestra. Cada repetición consolida la costumbre y una costumbre bien arraigada es fácil de confundirse con la mismísima necesidad.

El día de Reyes representa para mí esta clase de necesidad. 

Una celebración vale lo que vale la ceremonia. Hay que revestirla de cierta solemnidad. Acomodar la atmósfera, poner atención a los tiempos, determinar los elementos que componen el ritual: 

La carta a los Reyes Magos. Las compras. El escondite de los regalos… 

Iniciar los preparativos ya te dispone el ánimo. Comienzas a “salivar”. El condicionamiento clásico de Pavlov opera también a estos niveles. Te impacienta la sola expectativa de ver el gesto de sorpresa en la mirada de tu hija cuando en la mañana de Reyes asome por el salón. Los niños también lo experimentan. Reconoces el nerviosismo en su tono de voz, en sus movimientos. 

Sacar brillo a los zapatos, colocar los ingredientes del roscón por orden en la encimera, abrir el libro de recetas rectificado por mi a lo largo de los años, ponerme manos a la obra hasta haber perfumado la cocina de azahar… Todos a la cama pronto. 



No siempre puedo contar con este día festivo. Trabajo a turnos. Al equipo "C” le correspondía por rotación librar el próximo seis de enero pero como falta personal había que programar servicios de apoyo y a mí me asignaron éste. No me lo podía creer. Inmediatamente envié un SOS al chat de mi grupo "Je suis Charlie”: 

– Por favor, ¿alguien que no tenga hijos podría hacer mi ciclo extendido el día seis? (icono del desconsuelo)

Por respuesta otras dos quejas idénticas y una promesa de consentimiento bajo condición: “Si le confirman la oferta de trabajo a mi hijo te lo hago, pero no lo sabré hasta fin de mes”.

Yo no podía esperar. Me devoraba el ansia. La idea de perderme, quizá, los últimos Reyes de María, me empezaba a torturar. Pensé en enfermar si hiciera falta. De pronto, se me ocurrió. Creo que la desesperación agudiza el ingenio.

Lo celebraremos el día cinco. Los niños no se tienen por qué enterar, estaremos volviendo de viaje y en las largas vacaciones escolares los días se traspapelan. Habrá que esconder los calendarios y aislar a todos por un día. El día de Reyes lo pasamos en familia, eso siempre ha sido así. Y ya puedo contar con cómplices. 
Se van a hacer un “Good Bye Lenin”* –le explicaba Álvaro a su mujer–. 
Parece que el plan les divierte y, aunque todos temen que no salga bien, a mí me apetece el reto. A ver si lo conseguimos.

De ese modo tendría tiempo para disfrutarlo todo. Completar el ritual y formar parte. A veces "el mismo día" no tiene tanta importancia. Una ceremonia perfectamente orquestada bien merece un anticipo o una postergación.


Así que el próximo cinco de enero, ajenos a lo que ocurra ahí afuera, en mi casa se abrirán regalos y desayunaremos roscón. Yo habré escondido dentro monedas y billetes de euro y los niños se lo acabarán para repartirse el botín, así revienten. Por la tarde mojaremos el segundo con los abuelos, mi hermana, su hijo y su nuera entre sonrisas cómplices mientras todos continuamos con la representación. 

Se lo comento a un compañero, le parece una brillante idea. Me dice que le encanta cómo me lo he tomado, que he aplicado una lección: "Si la vida te da limones, haz limonada”.

Os hago partícipes de mi secreto. Custodiadlo, por favor. 


“I Saw three Ships” Sting
YouTube


*Argumento Good Bye, Lenin!

Alex y su familia viven en Berlín. Sa madre es una mujer comprometida con el Partido Socialista Unificado de Alemania y convencida de sus ideas. Poco antes de la caída del muro pierde el conocimiento y entra en coma. El médico aconseja reposo y nada de sobresaltos. Para evitarle una recaída su hijo decide convertir el apartamento familiar en una isla anclada en el pasado, una especie de último bastión del socialismo en el que su madre vive creyendo que nada ha cambiado. 

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