martes, 26 de febrero de 2019

LA IMPORTANCIA DE QUEDARSE QUIETO

Lamparitas amarillas flotan en el vagón. Por eso me quedo aquí. Lamparitas amarillas color luciérnaga. Hay asientos de cuero rojo cereza enfrentados amigablemente ante una mesa neutral. Sobre la mesa flamea una luz que se refleja con nitidez en el cristal de la ventana. Afuera la oscuridad pasa mecánicamente y con prisa. El traqueteo del vagón me va meciendo. No hay nadie más. De haber alguien tendría que comenzar a describir un carácter que quizá no haya existido. Daría igual si existiera. Estaría ensimismado contemplando las lamparitas. Tan ensimismado como yo. 


Huele a madera, a polvo y al papel de un libro antiguo. 

Una copa de vino sobre la barra del bar. ¿Que sean dos? Hoy necesito quedarme quieta, quedarme muy quieta observando. Que el leve movimiento de los objetos que transporta el tren sea el propósito de mi atención. Seguro que comprendo algo. 

Olvidé de nuevo que se trataba de sentir. 

Siento el color amarillo. Siento cierta seguridad cuando veo este color. También me alegro de que los asientos sean rojos. Hubieran podido valer verde botella. Quizá rosa pastel muy gastado. Los apliques son de bronce. La mesita de madera. Es importante que todo se presente así o mi estado de ánimo palpitará desubicado. 

Una voz desconocida ha conseguido atravesar mi laberinto de pruebas y suena hasta familiar. Decido apoyarme en ella y dejo de encontrarme sola. Sola tampoco estaba mal. No sé si este apoyo me conviene. Refugiarme en alguien tan parecido no puede más que reforzar mi singularidad. Dudo si mi singularidad merece ser protegida o quizá direccionada pero no quisiera renunciar.

Estoy condenada a seguir siendo yo misma porque no me atrevo a cambiar.




Caro Diario “Bambini al Telefono"

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