lunes, 4 de marzo de 2019

CONSIDERACIONES DE UN INCONSCIENTE ATENTO

Hoy he vuelto a caminar por el parque de mi casa. Siempre repito recorrido. Me gusta salir muy pronto para merecer a la vuelta un tranquilo desayuno y largo rato en el sofá. A esas horas de la mañana, además, el parque me pertenece.
Cuando consigo establecer una rutina siento que una fuerza extraordinaria ayuda a decidir por mí. Cualquier determinación resulta mucho más factible. Me visto con ropa cómoda y calzado deportivo. Una buena taza de café cargado y algo de leche. Llaves, móvil, anorak, visera y auriculares. Abro la puerta y ya estoy bajando las escaleras. He dejado de escuchar conferencias pregrabadas y selecciono mi lista de reproducción que he titulado “melancólicas”. 

Por dejar de pensar tanto. 

Esta tarde me he aplicado unas gotas de aceite de rosa moqueta sobre una herida para que cicatrice pronto. El dosificador se me escurrió de las manos y cayó al suelo. Era de cristal, no lo sabía. A veces uno se tiene que romper para saber de qué material estaba hecho. Creo que yo he sido porcelana fina y me he reconstruido con algún tipo de componente aislante. Mala elección. Estoy echando de menos mi fragilidad de entonces. Recuerdo vagamente alguna sensación. Creo que las emociones desprenden cierto romanticismo pero por algún motivo yo me sigo fortaleciendo. 

El cielo está despejado, me quito el anorak y me lo ato a la cintura. He corrido como no corría desde hace tiempo. Suelo trotar algún tramo a pisotones pero hoy he probado mi máxima velocidad, zancada larga, cuesta abajo. Me atreví porque han subido las temperaturas y el suelo no resbalaba. Cuando se allana el terreno vuelvo a mi paso ligero. Me llevo la mano a la nuca, la carrera me ha deshecho el recogido y se me ha caído la goma con la que lo tenía atado. Continúo caminando junto al canal contrariada por haber perdido mi goma. Una primera intención es olvidarme de ella y seguir hacia adelante pero avanzo ciento treinta y siete pasos y sigo siendo incapaz de pensar en otra cosa.

Decido retroceder y acudir a su rescate. Doy media vuelta y la perspectiva de repente es otra, como si hubiera oscurecido. En mis oídos la misma banda sonora ahora se ralentiza. Subo la cuesta y las escaleras que acabo de bajar corriendo pero no las reconozco. Parecen abandonadas. Hay una carretilla en el paso y hombres trabajando cerca, no me había fijado antes, creo que  no me corresponde pasar ya por aquí.

Voy mirando por el suelo, presto mucha atención, no consigo enfocar bien y comienzo a desanimarme. Un arenero de gravilla me induce al desasosiego. Intento clavar la vista y discriminar los colores: Gris acero, gris grafito, gris ceniza, gris goma de mi pelo. 

Nunca la voy a encontrar. Al menos lo habré intentado. ¿Por qué esta frase tan absurda sigue siendo un consuelo? 

Llego hasta el umbral de la puerta gigantesca sin dintel que siempre cruzo desde la pasarela de madera que ahora está del otro lado. Me paro en seco. El paraíso está aquí. No quiero continuar. Hay cinco aves posadas en lo alto de la puerta, estoy rodeada de palmeras junto a un patio de naranjos, aguas acanaladas y una pérgola arabesca alrededor de una fuente. En este punto fue donde comencé a correr, si ya no he visto la goma es probable que no la encuentre. Me doy por vencida, no son mis llaves, no es el móvil, no tiene tanta importancia y, sin embargo, vuelvo sobre mis pasos con cierta resignación.

Hoy me he quedado mirando el canalón que se ve junto a mi ventana. Lleva tiempo agrietado pero nadie repara en él porque últimamente no llueve. Me pregunto si yo estaré dolorida y me muevo con cuidado por paisajes de algodón.

Reanudo la marcha por donde la había dejado y al poco me enredo con algún hilo de pensamiento. Cambia la banda sonora y me pongo a tararear. Extiendo los brazos, balanceo mi cuerpo hacia un lado y hacia otro para admirar la silueta en movimiento que va proyectando mi sombra justo delante de mí. Es delgada e infantil, me gusta jugar con ella. Observo que el pelo suelto le confiere a mi contorno un aspecto femenino. Soy tan ingenua, soy tan fácil de contentar…

Ningún estado de ánimo se instala en mí para siempre, ninguna de mis emociones puede generar un eco. Sólo mis pensamientos se enganchan, sufren de obstinación. Mi emotividad no reverbera. Quizá sea mejor así. (Suspiro).

Quizá sea mejor así. Quizá sea mejor así.



"Hungry Hearts” Nicola Piovani


1 comentario:

  1. Yo siempre encuentro esas gomas perdidas. Mis nietas se peinan "de despeinado"

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