Me encuentro en una habitación rodeada de espejos distorsionados y no sé en cuál de ellos delegar dado que nunca he confiado en mi propia percepción. Estos espejos simbolizan la mirada de mi madre, de mis hermanos, mis amigos... El que represente a mi compañero es el que más me puede importar y a ese lo daré por válido.
Soy un objeto rugoso y opaco o liso y resplandeciente según la imagen que me devuelva mi propio reflejo en los ojos de quien me esté escrutando.
Dependo de este reflejo, yo sola no me sé observar.
Si el otro no mira no existo. Si el otro no mira, tampoco existe para mí.
He tenido mucha suerte. Los espejos que tengo a mi alcance son especialmente indulgentes aunque a veces me muestran una imagen tan favorecedora que no me la puedo creer.
Tampoco me identifico con el reflejo que me devuelve quien no me sabe comprender. Lo desestimo por defectuoso. Presenta una superficie deformada en la que no me quiero mirar, me desfigura. Y, aunque sigo precisando de espejo, sé que esa no soy yo.
Debo elegir bien el azogue que me sepa reflejar. Elegir bien el azogue.
De eso depende mi identidad.
John Barry “Peggy Sue’s Homecoming"
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