A diario llevo casi uniforme: vaqueros, camisa, chaqueta de punto grueso y estas botas australianas que te mantienen calientes los pies. En la versión estival, zuecos. Pero en cuanto encuentro una ocasión me pongo ropa ajustada, tacones de diez centímetros, vestidos de alfombra roja o pamelones con guante corto y bolso de pedrería.
Llamo a mis hijos "bichito", ordeno el armario por colores, anoto las recetas en una libreta con dibujos de galletas y tarros de mermelada, visto a mi hija de rosa con lazos por todo el pelo y le pongo tiritas de corazones.
Por poner algún ejemplo.
La gran ironía es que yo también he criticado a quien a su vez critica, y si consigo contenerme, no podré evitar pensarlo. Sospecho que todos hacemos igual. Se presume de lo que se adolece... Lo de "la viga" en el ojo.
¿Qué autoridad competente decide si algo es hortera, elegante o vulgar? Y en realidad... ¿qué importa?
Lo que me desacredita es mi actitud ñoña, mi extrema preocupación por maximizar, mi tremendo egocentrismo, mi falta de fuerza de voluntad, el tiempo que pierdo en perder el tiempo...
A las ocho quedamos con unos amigos. Cine y cena.
De vuelta a casa pasamos por delante de una hilera de mendigos que andaba recolocando cartones para superar la noche gélida y me acordé de la frívola entrada que yo había publicado por aquí la mañana anterior.
Algo parecido a: "Se me estropeó el día desde que se me quemaron las tostadas".
O sea, por favor.
YouTube "My Way" Frank Sinatra
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