lunes, 21 de marzo de 2016

A LOS ESPAÑOLES por Ambrosio Herrería Arámburu

Hace treinta y siete años hoy, murió mi padre; cuatro meses y medio después de haber escrito esta carta. 
Si dispusieras de una última noche antes de que aleatoriamente borren parte de tu pasado, ¿qué reflexión, –qué recuerdo– querrías poner a salvo? ¿Cuál es ese asunto pendiente sobre el que te gustaría escribir? 

El sujeto humano lucha por preservar su identidad en circunstancias adversas. 

Ivy McKenzie




A LOS ESPAÑOLES


                                                                                   Madrid : 6 de Noviembre de 1.978

  Queridos hombres y mujeres hispánicos:
      Anteanoche se me ocurrió escribir esta carta que ahora comienzo; avisé a mi hijo Vicente para dictársela, pero ayer no tuve ánimo para hacerlo.
  Son las dos y media de la madrugada; estoy sentado en mi cama hospitalaria y mi mente se halla despejada é insomne. Me han dado una píldora de Aneurol para dormir, y nada: que si quieres arroz, Catalina.
Bueno, la verdad es que no quiero dormirme, porque deseo pensar, pensar y pensar; aprovechar al máximo el quizá exiguo tiempo que me queda en esta vida terrena: mañana martes, a las cuatro y media de la tarde, me abrirán el cráneo para extirparme un tumor cerebral. Naturalmente sólo Dios sabe si sobreviviré a la operación o si me llevará con Él a la vida Eterna. Estoy en sus manos, perfectamente tranquilo y confío en sus divinos designios.
  Esta carta la dirijo a vosotros descendientes de Íberos, Celtas, Visigodos, Ostrogodos, Bastetanos, Bástulos, Galaicos,  Astures, Cántabros, Vascones, Autrigones, Oretanos, Arévacos, etc. Hoy Andaluces, Extremeños, Castellanos, Leoneses, Gallegos, Asturianos, Montañeses, Vascos, Navarros, Riojanos, Aragoneses, Catalanes, Valencianos, Murcianos (si me olvido de alguno, perdonadme, estoy escribiendo de memoria). Es decir, esta carta la dirijo a todos los españoles, sean de donde sean de nuestra Piel de Toro.
  Nací en Santoña (Santander), hijo de padre montañés y de madre bilbaína. Siempre he estado orgulloso de mi tierra y de la de mis abuelos, ¿quién no está orgulloso de la suya? Mi familia paterna lleva arraigada en Santoña muchísimos años, quizá siglos y está entremezclada con hombres y mujeres de Vizcaya; lo mismo ocurre con mi familia materna, también enlazada con montañeses. Así pues me siento de origen cántabro y de origen vasco a partes iguales. Entre los dos orígenes se ha repartido siempre mi cariño.
  Pero me siento mucho más orgulloso de ser español. Lo he descubierto el año pasado cuando, por primera vez, salí de España a mis cincuenta y dos años. Al preguntarme que de dónde éramos (iba con mi mujer y mi hija) se me llenaba el pecho de una sensación inefable contestando: españoles!
  Pensando esto, mi tristeza se convierte en angustia cuando recuerdo que algunas personas han afirmado no serlo o renegado de serlo. Cuando se pretende fraccionar España como si fuera una caja de queso en porciones, de diversos sabores. ¡Qué crimen, Dios mío, qué crimen!; pero perdónalos porque, probablemente, no saben lo que hacen, pero no consientas que suceda: mantén unida a España hasta el fin de la Historia.
  Vaya hombre! Ahora recuerdo que quería deciros otra cosa. Fue una vivencia propia, quizá por el año 1.946. Regresaba de vacaciones de la Facultad de Derecho de Zaragoza a casa y me quedé a dormir en Bilbao, en casa de Tía Avelina (todavía vive allí, en Licenciado Pozas, 10, tiene noventa y tres años y está guapísima, por cierto, cocina que es un primor). Me acosté en la habitación que ocupaba normalmente mi pariente Teodoro Aguirre Lecube cuando se quedaba en Bilbao, bueno, ya sabréis que su hermano José Antonio fue el primer Presidente del Gobierno vasco; entonces estaba en París o en San Juan de Luz, no recuerdo.
  El caso es que para dormirme cogí al azar un libro que había en una pequeña biblioteca de la habitación. Su autor era Sabino Arana Goiri. Nunca había oído hablar de él y empecé a hojear el tomo. ¡Madre de Dios! Aún recuerdo el trallazo mental que recibí cuando leí las maldiciones que contenía. Decía algo así como: Malditas las mujeres vascas que se casan con españoles, la raza más degradada de Europa. ¡Qué horror! Estaba leyendo la maldición de un hombre a mi abuela Rosario, que nació en Marquina y a mi abuela Juana, que nació en Trucios; y a mi madre, que nació en Bilbao y era hija de vizcaínos.
  Y ahora pienso, ¿cómo es posible que un ideal emane de una maldición? Un ideal, un concepto noble y justo debe surgir de una ética estricta. ¿Cómo es posible que el pueblo vasco, cristiano por excelencia, haya hecho oídos a aquel maledicente llamado Sabino Arana Goiri?
  Que Dios te perdone, Sabino; pero cuánto daño has hecho a tu pueblo! ¡Cuánto está padeciendo por ti! Ejemplo el vascongado, ¡para no copiarlo! Españoles, España hasta que Dios quiera.

  Ambrosio Herrería Aramburu Bermeosolo de la Sierra Alonso Soraso Díaz Garayalde Malaxechevarría D.N.I. Nº 17.244.284



Me hubiera encantado conocerle, habríamos debatido largo sobre este asunto y muchos otros. Sin duda puedo decir lo que mi hermano Vicente publicó en aquel momento:
Que me siento orgullosa de ser española, montañesa e hija de Ambrosio Herrería.




Tema de Lara. Maurice Jarre